domingo, 8 de marzo de 2009

Dos detenidos por tirar piedras a los trenes cerca de La Garena


Agentes del Cuerpo Nacional de Policía han detenido a dos jóvenes alcalaínos por arrojar presuntamente piedras a un tren de Cercanías, cargado de viajeros, que se dirigía a la estación central de Alcalá. La gamberrada no causó heridos pero provocó la rotura de seis lunas del convoy, valoradas cada una en 280 euros.

José Luis D.C. y Martín A.S., ambos de 19 años y vecinos de la ciudad complutense, fueron arrestados en la estación de La Garena pocos minutos después de cometer el acto vandálico. A escasos metros del apeadero, desde uno de los lados del tramo de vías entre éste y la estación central alcalaína, presuntamente lanzaron al menos seis piedras al convoy que pasaba a las 18.40 horas en dirección a la ciudad. Una macabra diversión que sólo causó daños materiales pero pudo provocar un accidente.

Una pareja de vigilantes de seguridad de Renfe vivieron los impactos desde el interior de dicho tren. Según relataron a los agentes del Cuerpo Nacional de Policía, éste acababa de abandonar La Garena cuando, en el vagón donde viajaban varias piedras impactaron contra los cristales sobresaltando a los viajeros del convoy que, en ese momento, iba lleno de ciudadanos que volvían a casa tras su jornada laboral. Cuando miraron por la ventana, vieron a dos jóvenes de pie junto a las pies arrojando objetos.

Los vigilantes tomaron al llegar a la estación central un nuevo tren en dirección de nuevo a La Garena con intención de ir en busca de los dos vándalos. Sin embargo, la llamada a la Policía de otro de los testigos de la gamberrada propició la rápida detención de los dos jóvenes, quienes consiguieron fracturar en total seis lunas, provocando daños de más de 1.600 euros.

Según fuentes policiales, aunque no es un hecho frecuente, no es la primera vez que se producen este tipo de actos vandálicos en las vías del tren. La falta de vallado a ambos lados de las vías facilita el acceso a las mismas y desde allí, así como desde los puentes, los gamberros cometen sus fechorías. Felisa Martín, vecina de la calle Torrelaguna, asegura que desde el puente del reloj, con acceso desde la plaza de la estación, es habitual ver a adolescentes tirando objetos a los techos de los trenes. “A veces tiran patatas, otras veces canicas. Es un peligro porque pueden provocar un accidente”, dice.

A estos vandálicos lanzadores se unen también aquellos que redecoran los trenes. El año pasado fueron detenidos varios jóvenes después de que fueran sorprendidos pintando durante la noche algunos vagones estacionados en la estación. La limpieza de cada uno de ellos supuso, según fuentes de Renfe, más de 600 euros.

La normativa municipal establece en su ordenanza sobre vandalismo que todo aquel que sea sorprendido realizando pintadas se enfrenta a una multa de hasta 1.500 euros más el coste de la limpieza del lugar deteriorado. Asimismo, en el caso de realizar los grafitis en los trenes, implicaría también cruzar las vías del tren lo que supone otra sanción económica por parte de la Delegación de Gobierno de más de 150 euros.


Otros se juegan la vida mientras ensucian
Gamberros, asiduos al botellón, grafiteros... las vías del tren atraen a lo más granado de los infractores de las ordenanzas municipales. En el caso de los autores de pintadas, muchas veces funcionan como una verdadera tribu urbana: sin jerarquías, pero con distintas castas. Cuando uno empieza a pintar en las paredes no lo puede hacer en cualquier sitio hasta que el grupo lo acepte como a uno más. Antes hay que demostrar “valor” o por lo menos “arrojo” en lugares menos agradecidos, más peligrosos y más alejados del centro de la ciudad. Las autovías y las vías del tren son todo un campo de entrenamiento para los alevines de las pintadas. “Esta tendencia a irse hacia las afueras cuando se inician convierte un problema de incivismo en algo más grave, una amenaza a su propia seguridad”. Las vías y las carreteras son peligrosas para los que quieren pintar. En muchas ocasiones lo hacen de noche, o al menos al caer la tarde. La policía y los vecinos tienen más difícil verlos y es casi imposible identificarlos. Pero los conductores no los distinguen del paisaje hasta que están demasiado cerca.

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