martes, 24 de marzo de 2009

El miedo de las cajeras


Empleadas y encargados de supermercados y comercios de la capital cántabra cuestionan que los robos y atracos se produzcan por necesidad económica

Hay miedo. Mucho miedo entre las cajeras y empleadas de varios supermercados del centro de Santander que esperan, con el alma en vilo, la que parece casi habitual visita de los 'cacos'. Pero no sólo en esos escenarios hay temor. Los atracos se producen también en pequeños negocios familiares de todo tipo.
El último asalto se produjo el sábado a primera hora de la tarde en Schlecker, un comercio dedicado a la venta de productos de droguería ubicado en la calle Menéndez Pelayo número 10. «Entró un individuo. Dijo que iba a comprar un gel. Luego se dirigió a la caja y le puso a Tania, una de las dependientas, un cuchillo en el cuello y gritó: ¡Dame todo el dinero en billetes que haya en la caja. Dámelo que no es tuyo!», explica Ivonne Rojas Cedeño, una cubana que lleva dos años de responsable de ese establecimiento. Tania, temblando como una hoja, atinó a llamar a la Policía tras desaparecer el tipo como por ensalmo. Ahora, ella tiene unos días de vacaciones. «No por el atraco», dice Ivonne, «sino porque le correponde».
Hace sólo tres meses que Tania fue víctima de otro atraco. En este caso, asegura Ivonne, fue peor. «La dejaron trancada dentro del establecimiento y se llevaron las llaves. Eran dos chicos y se llevaron más dinero de la caja que ahora». El atraco del sábado quedó resuelto en la madrugada misma de ese día, según informaron ayer fuentes policiales. El ladrón era un conocido delincuente de 34 años. Este se entregó en la Jefatura Superior de la Policía confesándose autor del atraco cometido en la calle Menéndez y Pelayo. «Mucho nos tememos -dicen- que cualquier día vuelvan otros». Una frase repetida en cada uno de los establecimientos visitados ayer.
Quince días de baja
Otra de las víctimas es una empleada del supermercado que Lupa tiene en un local que da a dos calles, la de Cisneros y la de Los Acebedos. El 21 de febrero, sábado, se encontraba en la frutería partiendo piña cuando una cajera le advirtió que no perdiera de vista a «uno de los habituales». Ella encaminó sus pasos hacia él. «Estaba robando unas botellas y al verme intentó salir corriendo por la puerta de Los Acebedos. Pero esta no se abre de dentro hacia afuera, así que me dio tiempo a decirle: ¡Deja lo que has cogido! Él se revolvió furioso porque lo que quería era huir rápido y para abrirse paso me pegó un codazo. Yo puse las manos para protegerme la cara y el golpe me produjo un esguince en el dedo pulgar. He estado 15 días de baja. El médico me animó a presentar denuncia, cosa que así hice». La joven, que pide que no se dé su identidad, acudió al juicio de faltas, parapetada tras unas gafas oscuras y un gorro «para que el individuo no me identificara». De momento consiguió una orden de alejamiento pero otra vez tendrá que ver a su agresor la cara, porque el juicio se aplazó por una prueba solicitada por el abogado y se ha retrasado hasta el próximo día 16 de este mes.
La joven dependienta tiene miedo a las represalias. Resulta que «los amigos de ese sujeto han pasado ya por el súper con amenazas». Es por ello que ruega encarecidamente que no se la identifique ni se publique su fotografía.
Vigilante de seguridad
«Esta es una zona conflictiva porque hay mucho drogodependiente. En el establecimiento tenemos instaladas todas las medidas de seguridad y los fines de semana hay un vigilante de seguridad. Además, la Policía pasa en moto con frecuencia. No tenemos queja de ella. Pero las cosas son como son. También roban en la Plaza de la Esperanza, a nada que se descuiden», señala.
Ana, otra dependienta de ese mismo establecimiento de la firma Lupa, exclama con rotundidad «pues claro que tenemos miedo. Estás siempre expuesta a que te atraquen o que te roben». A ella el pasado sábado, sin ir más lejos, se le escapó una mujer con un producto que no pudo identificar escondido en la cazadora. «No creo que fuera por necesidad, pues me pagó el resto de cosas que llevaba en la cesta de la compra», aunque hay quien asegura que la crisis económica hace que hasta se robe un kilo de arroz para comer.

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