domingo, 29 de marzo de 2009

Cara y cruz de un crimen


La historia, al igual que una moneda, tiene una cara y una cruz. La de Luis Carlos Polanco, un joven dominicano que emigró con su familia a España. Y la de José Luis Trejo, un vigilante que anhelaba trabajar en el País Vasco como escolta. No se conocían, pero el 20 de marzo se encontraron en la calle del Topete. Uno acabó con dos tiros en la nuca; el otro, detenido.
La primera estocada en la vida de José Luis, el hombre que disparó el arma, fue su divorcio. Hasta 2004 vivía con su esposa y su hijo, trabajaba en el negocio de sus padres de fitoterapia (uso terapéutico de productos de origen vegetal). Cinco años después acabó vigilando un bar de alterne. Su abogado lo define como un esquizofrénico paranoide. Una vecina de su barrio asegura que es un "buen chaval, un tipo afable". Un ex compañero de trabajo dice que era un buen trabajador, "algo obsesivo, que vivía angustiado por los problemas económicos". Uno de sus amigos recuerda que pasó de ser un "tipo elegante" a ir "con los camellos del barrio".

En cinco años su vida cayó en picado. Primero el divorcio, luego su negocio quebró, su padre murió y en febrero de 2008 uno de sus tres hermanos falleció en un accidente de motocicleta. Justo dos meses después José Luis pasó el examen de vigilante y escolta. Consiguió un permiso para utilizar una pistola Glock de tiro olímpico. En junio empezó a trabajar como vigilante de una de las estaciones del metro.

"Tenía jornadas de hasta 16 horas. Trabajaba tanto porque no le llegaba el dinero", recuerda su ex compañero, José Martínez Oviedo. En diciembre dejó la empresa de seguridad porque no le trasladaron al País Vasco, como le habían prometido, según Martínez. Fue empeorando. A cualquier hora bebía, dice su amigo. "Me lo encontraba a las diez de la mañana y me invitaba a irme de cañas. Se iba de copas con los yonquis. Sabía que algo iba a pasar, lo veíamos totalmente ido", se lamenta.

El 20 de marzo, José Luis salió de su casa con la Glock en la cintura. Llegó a las cinco y media de la tarde a la calle del Topete, se pasó cuatro horas caminando por la zona, conversó con otro hombre y al final disparó contra Luis Polanco.

Con 22 años, Luisito, como le llamaban en el barrio, era un tipo popular. "Amable, alegre, buena persona...". Sus amigos en Cuatro Caminos se deshacen en elogios. Había nacido en Santo Domingo. "A los dos años empeñaba el biberón y lo cambiaba por pan", cuenta su madre, Ana Mercedes Peralta. A los 11 años se reunió con su madre en España, que había emigrado para darles una vida mejor a él y a sus dos hermanos, Faustino, de 24 años, y María de los Ángeles, de 19. El joven estudió hasta segundo de ESO y luego lo dejó. En el colegio no era muy bueno. Su primer trabajo fue como electricista. Luego estuvo en la construcción, como peón, hasta que hace poco se quedó en el paro.

"Los abogados tienen todas las nóminas", repite la madre. Quiere dejar claro que su hijo no se dedicaba al menudeo, como se ha rumoreado a raíz de su muerte en El pequeño Caribe, tres calles detrás de Cuatro Caminos. En la zona abundan las conversaciones en los portales y la música, que sale de los balcones y de los locutorios abiertos. A Luis le gustaba pasar allí las horas, jugando con el balón, en el billar, en la peluquería... Salía por la noche a bailar salsa a la discoteca Center, donde conoció a Arianne, se enamoró de ella y la persiguió hasta que se hicieron novios. Al mes ya vivían juntos. Al año y medio ella se quedó embarazada. Luisany, su hija, nacerá en abril.

Antes de llegar a Cuatro Caminos, Luisito salía por Palos de la Frontera. Allí conoció a una joven, anterior a Arianne, con la que se casó. Se enamoró perdidamente, según su madre. "No duraron mucho", explica Jonatan, un amigo de Luis.

El 20 de marzo Luis se pasó la tarde con su padre pintando la habitación de su hija. Luego decidió ir a recoger su moto. Mientras esperaba a que la acabaran de arreglar, se reunió con su grupo de amigos. "Estuvo jugando al balón con mi chamaquito", recuerda uno de ellos. Pero esa tarde había un tipo extraño en la calle. Pensaron que era un policía encubierto.

Cuando Luis iba camino del Cal y Arena, un bar donde jugaba al billar, el tipo raro se le acercó. "¿Vendes coca?", dicen los amigos que le preguntó el hombre. "Yo no vendo nada. Anda, déjame, chivato", respondió él y se giró, con las manos en los bolsillos. José Luis puso punto final con la pistola a su breve encuentro. El cuerpo de Luisito sigue en el Instituto Anatómico Forense, a la espera de que le puedan enterrar. José Luis está detenido sin fianza en la cárcel de Soto del Real.

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