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viernes, 21 de agosto de 2009
El hambre cercana
En el tramo de andén destinado a los pasajeros que se montan en el AVE en clase Club eran mayoría la gente sin camiseta, las gorras del Che y las banderas de la República. Hacía un buen rato que los jornaleros convocados por el Sindicato de Obreros del Campo y el Sindicato Andaluz de Trabajadores habían tomado las vías del AVE y habían impedido el tránsito de ocho trenes.
Los líderes caldeaban el ambiente con la emotividad de las consignas y los himnos, siempre tan agradecidos para la estimulación colectiva. Habían salido temprano de sus pueblos sin saber dónde iban y de pronto estaban en el corazón de la España del bienestar parando el tren de los ricos, que diría alguno según la retórica propia.
Si el Partido Andalucista corre el riesgo de extinguirse no pasa lo mismo con sus ideas. Antes de marcharse de la estación, los manifestantes cantaron el himno de Andalucía, pero le hicieron tunning a la letra de Blas Infante. Aquello de «... España y la humanidad» les debió de sonar mal y lo dejaron en «los pueblos y la humanidad» para no mentar la bicha de una nación a la que siempre se refirieron como «Estado español».
«Golpe a los curas»
En Cajasur, los contables y oficinistas no daban crédito, y no precisamente del que pide la gente para salir adelante. Antes de media hora, la sede central en la que otrora campeara el emblemático reloj de don Miguel Castillejo estaba ocupada por el pueblo, orlada por las enseñas de la Revolución cubana y las banderas del SOC. «Les hemos dado un golpe a los curas, porque ésto es de los curas», diría después el alcalde de la localidad sevillana de Espera.
Allí el ambiente se relajó. La entidad de ahorro apagó el aire acondicionado para disuadir a los concentrados, pero ni por esas. El humo de los cigarros era tan espeso como el de una discoteca, pero a ver quién les decía lo de que allí no se puede fumar.
Diego Cañamero dio plazo hasta las tres para seguir allí. «Pero estamos aquí, no en el bar de enfrente», aclaro, acaso pensando, «que ya nos conocemos».
Sánchez Gordillo se había traído consigo a su televisión, la municipal de Marinelada, y hablaba sin parar micrófono en mano en una réplica andaluza del «Aló, presidente» de Chávez. La concurrencia sacaba la tartera y los bocatas y hasta los más atrevidos daban cuenta de cervezas de litro y de latas fresquitas. Casi todos se sentaban sin pudor en la mesas de los trabajadores y hasta un chaval se tumbó todo lo largo que era en una ancha mesa.
Apagado por un momento el ardor de las palabras, era el momento para escuchar a la gente. Antonia Moral, concejala de Izquierda Unida en Jódar (Jaén) explica en pocas palabras lo que pasa en su pueblo: «Desde que termina el trabajo en la aceituna estamos sin trabajo. Antes íbamos a la vendimia a La Mancha, pero los albañiles y empleados que se han quedado en paro también quieren ir». No hay para todos, entonces.
«Éste es un pueblo que ha sido siempre temporero y emigrante, pero ahora está peor que nunca. Se está pasando hambre y hay familias que no tienen con qué dar de comer a sus hijos», cuenta. De su mismo pueblo es Antonia Vargas, que debe hacer frente a una hipoteca con toda la familia en paro: su marido, ella misma y sus hijos de 31 y 25 años. Todos han trabajado en el campo y están casi sin ayudas. En Marinaleda, confiesan, no están tan mal, pero les piden ayuda de los pueblos de alrededor.
Antes de marcharse, los alcaldes y líderes toman la palabra. Hablan de expropiar los bancos, de entregárselos al pueblo, presumen del éxito de haber cortado trenes y prometen más acciones para los próximos días. Un concejal de Izquierda Unida en Osuna pone el dedo en la llaga: «Por desgracia gobierno por un pacto con el PSOE».
Al salir casi se atreven a entrar a El Corte Inglés, pero los vigilantes de seguridad protegen las entradas, advertidos de lo que puede pasar. Al filo de las cuatro de la tarde suben a los autobuses y dejan la impresión de que el hambre no está sólo en África.
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