jueves, 20 de enero de 2011

* o Estación ferroviaria, ¿territorio hostil?

Como conozco la profesionalidad y calidad humana de los vigilantes de seguridad de la estación del ferrocarril de Monforte puedo decir que dejarlos en tierra de nadie, sin empleo ni salario, es el mejor ejemplo de cómo algunas empresas utilizan a los trabajadores como mercancía o moneda de cambio. Si no me traiciona la pasión, estoy seguro que alguien pensó que si recortaba la factura de la seguridad de Adif y de Fomento (un recorte más no se iba a notar) iba a ganar puntos para hacerse con el contrato del siglo. Hasta tal punto llegó su atrevimiento que casi empapelaron otros puestos de trabajo en la estación con trozos de papel con los números de unos teléfonos de León. Si Rubalcaba no arregla pronto el cuartel de la Guardia Civil y no se incrementa la plantilla de policías cabe esperar la llegada desde León de un helicóptero cargado de funcionarios del orden que nos rescaten del caco que estará limpiándonos la cartera. Cuando el empleado de la taquilla imprima su billete piense usted que en la nueva subida del precio va incluida su protección y que un espabilado o espabilada la suprimió de un plumazo. Al pisar el andén usted será la diana de un atracador apuntándole con un plátano y del timador sin estampita. Acuérdese del vigilante cuando un borracho le dé la paliza con su aliento pestilente, cuando necesite un apoyo para bajar desde el alto escalón del vagón. Y perderá a ese hombre del chaleco amarillo al que puede acudir para que le informe de la vía donde está su tren o el autobús que le llevará a su destino porque su tren se averió el vagón al que debe subirse.

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