EL incidente del pasado Miércoles Santo, cuando un grupo de musulmanes de nacionalidad austríaca agredió a vigilantes de la Catedral de Córdoba al recordarles éstos la prohibición del rezo musulmán en dicho recinto, ha generado ahora en un debate sobre la seguridad en este monumento y templo cordobés de referencia mundial y cuyas características históricas lo hacen particularmente especial.
Ante todo, el incidente es para tomárselo en serio. No es de recibo la postura frívola del delegado de Turismo de la Junta, al afirmar que se trató de un suceso anecdótico y que, al contrario de ser negativo, su repercusión es positiva: «Nos ha colocado en los titulares de muchos medios en España y ha llamado la atención por su singularidad, porque no suele ocurrir y nos ha colocado en el escaparate mediático». La reivindicación integrista de Al-Ándalus y, por ende, de la Catedral cordobesa, antigua Mezquita, son amenazas reales.
El reciente intento de rezo musulmán no tenía nada que ver con la oración, fue una provocación, un envite para ver hasta dónde llega la permisividad de nuestra sociedad. Como se ha recordado, ningún musulmán rezaría en un templo donde se consagran el pan y el vino, pues la mera idea de que Dios se pueda hacer presente en especies comestibles la reputa blasfema; tampoco lo haría en un templo con representaciones iconográficas de Dios, que el Corán tacha de sacrílegas. Para que pudiera rezar en un templo católico, primero tendría que producirse su execración y vaciamiento.
No han pasado muchos años, cuarenta o cincuenta, desde aquellos tiempos en que la entrada en la Mezquita-Catedral era tan sencilla como el hecho de convertirse en escenario de juegos, entre columnas, de los niños del barrio. Pero sí han pasado muchas cosas desde entonces. Por un lado el «boom» turístico y, por otro, las amenazas integristas. Por todo ello es preciso extremar las medidas de seguridad en esta Catedral que, a la fuerza, no puede ser igual que el resto de sus homónimas andaluzas.
Las provocaciones y las amenazas del integrismo islámico no van a aparecer en forma violenta. Quienes intentaron el rezo musulmán el Miércoles Santo portaban ropas occidentales, entraron como turistas y solo cuando fueron advertidos de lo incorrecta de su proceder se liaron a golpes y sacaron una navaja. Eso sí, inmediatamente. Por ello, una mayor vigilancia de seguridad privada y la cercanía policial, más la instalación de arcos detectores para evitar la introducción de armas en mochilas, se antoja como medidas preventivas lógicas y necesarias.
Pero la mejor seguridad, la mejor prevención, sería, tanto la asunción por nuestra parte de la amenaza real del integrismo islámico, como la reafirmación de que nuestros valores democráticos no están reñidos con una afirmación de esos principios frente a quienes pretenden vivir entre nosotros, o disfrutar de las comodidades occidentales, pero despreciando dichos derechos y deberes y aprovechando lo que ellos entienden como debilidades nuestras para ir imponiéndose.
La Iglesia ha dicho que quiere reafirmar el carácter católico del templo. Recién terminada la Semana Santa, las cofradías han señalado que pueden ser «el baluarte de defensa de la Catedral» realizando estación de penitencia allí. Sin duda, la Iglesia cordobesa, tanto como tomar medidas materiales de seguridad, tiene por delante convencer y recuperar prestigio entre la sociedad. Una sociedad que, ahora, es más sensible en este tema desde una óptica laica y cultural que religiosa.
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