Vigilantes privados siguieron las carreras desde los balcones, y el operativo incluyó a un grupo especial de la Guardia Civil
Los jinetes galopan calle abajo entre una seguridad inaudita, tras el atropello mortal del año pasado
Hubo lo de todos los años, es decir, morcilla a raudales, cerveza y vino de la tierra para todos, dulces, jinetes, caballos y carreras. Eso y también veinte agentes de la Guardia Civil (diez de ellos de la Usecid, la Unidad de Seguridad Ciudadana con base en la comandancia de Cáceres), seis policías locales, treinta vigilantes privados de Prosegur, 16 técnicos y dos enfermeros de DYA, ocho voluntarios de ARA, un hospital de campaña, cinco ambulancias (entre ellas una medicalizada y otra de emergencias) y un puesto de mando avanzado del 112. Conclusión: Arroyo de la Luz (6.500 vecinos, a veinte minutos en coche de la capital) celebró ayer la fiesta grande más segura de su historia.
Todo se explica por lo que sucedió el año pasado, sobre las doce y media, en 'Las cuatro esquinas', el punto más estrecho de la calle Corredera, verdadero epicentro de la fiesta. Ahí se dejó la vida Cándido Carrero Collado, policía municipal de 45 años. Casado, padre de un hijo, condecorado a título póstumo con la Medalla de Oro policial, falleció mientras trabajaba. Le arrolló un jinete, uno de los que cada año baja por la calle Corredera, una recta de casi ochocientos metros por la que los caballistas se lanzan, a veces solos, a veces en pareja y agarrados por los hombros, siempre al galope, a la mayor velocidad que es capaz de alcanzar el caballo.
La cremallera que se abre
Hay un símil muy gráfico, una fotografía que define bien en qué consiste la fiesta y dónde está el peligro. Esa imagen que vale como resumen es la de una cremallera que se va abriendo. La cremallera en sí es la calle Corredera, y los dientes metálicos que se van separando uno detrás de otro son personas. La cremallera está cerrada cuando no hay caballos a la vista, y sólo se va abriendo a medida que los jinetes van desfilando calle abajo. Visto desde un balcón, parece que quienes están abajo esperan al último instante, a tener al animal a dos pasos, para echarse al lado.
Esto explica que cualquiera que asiste por primera vez al Día de la Luz, perciba que hay riesgo. Se comprende el miedo, porque el peligro es evidente. Por eso, hay una recomendación que conviene interiorizar desde el principio: no dar la espalda a los caballos. No pasan cinco minutos sin que ese mensaje se repita desde la megafonía, este año duplicada en watios. Machaconamente, se oye siempre lo mismo: «Atención, salen dos jinetes. Atención, dos jinetes. No den la espalda a los caballos. Mucho cuidado en 'Las cuatro esquinas'». Entonces, la cremallera se abre para dejar paso a los valientes y se cierra en cuanto han pasado. Se vuelve a abrir medio minuto después, y vuelve a cerrarse. Y así hasta que han pasado todos cuatro veces (en tandas de dos, con un desfile de carrozas entre una y otra).
Este año se apuntaron 149, procedentes de distintos puntos de Extremadura y también de otras regiones. Entre ellos, mayoría de jóvenes, y abundancia de mujeres. También algún niño, como es tradición. Esta vez, uno de cuatro años que corrió junto a su padre.
Para cubrirse bien las espaldas, el consistorio arroyano contrató este año no un seguro, sino dos. Uno de responsabilidad civil que cubría hasta 600.000 euros de daños a personas o bienes que no sean propiedad municipal, y otro de accidentes, específico para jinetes y carrocistas. Además, habilitó un corredor de seguridad desierto de coches paralelo a la Corredera, después de catalogar las viviendas que tienen entrada por esa vía y por la otra, para facilitar la tarea en caso de evacuación. Ayer no fue necesaria, y el único incidente fue que un caballo, en pleno galope, perdió una de sus herraduras y esta fue a golpear en la cabeza de un espectador.
«La fiesta ha mantenido su esencia pero mejorando la seguridad, aunque no hay mayor protección que la autoprotección», reflexionaba ayer Santos Jorna, el alcalde socialista del municipio, que compartió la mañana con Guillermo Fernández Vara y Juan Ramón Ferreira, presidentes de la Junta y la Asamblea de Extremadura, respectivamente.
A la una de la tarde, Vara y Jorna seguían las carreras desde un balcón lleno de gente, como casi todos un día al año en Arroyo de la Luz, aquel que recuerda la batalla del año 1229 en la que los cristianos vencieron a los moros. Ayer, también había novedad en esas atalayas que tanto gustan a los fotógrafos de prensa y cámaras de televisión. Junto a los vecinos y los visitantes, ilustres o no, unos señores uniformados de negro y amarillo y con un auricular en la oreja, sin cerveza ni vino en la mano, con los ojos puestos en la calle Corredera. Ocho vigilantes de seguridad, y otros 22 en los accesos a esa vía, vigilando que nadie entrara con mesas, sillas o barreños de calimocho. Y en la plaza que hay junto al punto en el que empiezan las carreras, el punto de mando avanzado del 112, con el jefe de la Policía Local, el capitán de la Guardia Civil de Valencia de Alcántara, un jefe de Prosegur y otro de DYA, pendientes de una televisión plana que devolvía las imágenes de ocho cámaras instaladas a lo largo del recorrido. Medidas inauditas para una fiesta animada y genuina, diferente y arriesgada.
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