viernes, 27 de febrero de 2009

La seguridad del Museo de Bellas Artes dista mucho de la de pinacotecas como el Prado

. Gallego Espina/ A. Bulnes

El robo de la cruz de la escultura Santo Domingo penitente de Martínez Montañés ha abierto el debate sobre la seguridad del Bellas Artes, una pinacoteca que, pese a los últimos incrementos de plantilla, no cuenta con un vigilante por cada sala. Esto lo sitúa muy lejos de los niveles de seguridad del Prado, donde cada estancia siempre está velada por entre uno o dos agentes.

Aunque en un primer momento la preocupación por el hurto en el Bellas Artes se centró en el valor de la pieza sustraída, lo cierto es que este suceso ha puesto en duda la seguridad de la segunda pinacoteca nacional. El museo hispalense tiene en plantilla 30 vigilantes encargados de velar por la seguridad de las valiosas obras que reposan en sus 14 salas. Estos trabajadores se reparten en tres turnos, de modo que, en el mejor de los casos, hay diez agentes de guardia a la vez, que se reparten las zonas del edificio.

El presidente del comité de empresa en funciones de la Delegación Provincial de Cultura, Antonio Fernández, explicó a este periódico que este reparto provoca que nunca puedan tener vigiladas todas las salas a la vez. Es más, reconoció que en ocasiones, estos turnos se ven reducidos hasta los ocho trabajadores, cuando se producen bajas que la administración no cubre por algún motivo.

Sin embargo, a juicio de este representante sindical, no es la falta de seguridad lo que ha causado este robo. “La plantilla y los medios se pueden incrementar y mejorar siempre, pero no se puede atribuir la desaparición de la cruz a la falta de vigilancia”.

En su opinión, la sustracción de la cruz “ha sido algo puntual que no puede relacionarse con que falte personal, porque en todos los museos del mundo, incluidos los más prestigiosos, se han producido robos o atentados contra las obras”. Además, destacó que en los últimos años la Consejería está incrementando las plantillas –hace dos años se incorporaron cinco nuevos vigilantes– y que el director del museo, Antonio Álvarez, ha modernizado la seguridad del centro desde que llegó”.

No obstante, si se comparan sus medidas de seguridad con las del Prado –un museo con el que puede medirse en cuanto al valor de sus fondos–, se puede concluir que la vigilancia de la pinacoteca hispalense es francamente mejorable. El Prado dispone de entre uno y dos vigilantes en cada una de sus salas –dependiendo del tamaño y el valor de cada estancia–, además de una empresa de seguridad privada que vigila los accesos al edificio.

Pero además, el Prado no permite la introducción de bolsos, mochilas o bultos que superen los 40x40 centímetros, ni de paraguas u objetos punzantes y cortantes. En Sevilla, por contra, el presidente del comité de empresa reconoció que los escolares y demás visitantes “acuden con mochilas y bolsas de la compra” y que no se cuenta con un escáner en la entrada para filtrar al público que accede y sale”.

De hecho, entre los trabajadores se rumorea que el robo puede ser la “gamberrada” de algún escolar.En cualquier caso, “el misterio se resolverá con el visionado de las cámaras que, por cierto, ahora graban en digital”.

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