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domingo, 12 de abril de 2009
Rescatados de las garras del delito
LAS PROVINCIAS pasa una jornada en el centro de menores de Burjassot, donde constatan el aumento de internamientos de inmigrantes y por malos tratos a padres
Los altos muros y elevadas verjas del lugar dejan claro, de un simple vistazo, que es fácil entrar pero no salir. Infinidad de cerrojos se abren y vuelven a cerrarse a medida que avanzas por el centro. Toparse con los vigilantes ojos de un guardia de seguridad es sencillo en cuanto uno mira a su alrededor. Pero basta pasar unas horas con Alberto, Ruperto o Carlos, intercambiar unas palabras con Noel, Omar o Cristian, observar los rostros incluso tímidos de José Luis o Jorge para darse cuenta que sus ocupantes no son mas que críos.
Adolescentes recluidos en un centro de menores pero con las paredes de sus habitaciones repletas de pósteres de motoristas, de jóvenes modelos, como en el cuarto de cualquier adolescente. Jóvenes que han cometido un delito y que pasarán meses recluidos pero que en escasos días se desviven por abrazar a sus educadores, como tratando de recuperar en un suspiro el cariño que no han tenido en años. Menores con toda su familia entre rejas, arrastrados por la vida a cometer un robo o un maltrato y que ahora aprenden de nuevo a ser niños. Una veintena de jóvenes rescatados del delito, internados por orden judicial en el centro de menores Pi Margall de Burjassot y con los que LAS PROVINCIAS ha pasado una jornada.
"El centro está diseñado en tres hogares, el rojo, el amarillo y el verde. Intentamos que sean como pequeñas familias". Consuelo Bruna es la directora del centro. Un manojo de llaves con las que va abriendo las puertas a su paso y un walkie-talkie son sus inseparables compañeros. Y una personalidad paciente y dialogante que cualquiera aprecia a los pocos minutos de conversación. "Esto, si no te gusta no lo aguanta nadie".
Desde la experiencia del día a día, Consuelo certifica lo que ya llevan tiempo subrayando informes estadísticos y memorias de la Fiscalía. "Han aumentado mucho", sostiene en referencia a los internamientos a causa de malos tratos y de adolescentes inmigrantes.
Desde el ocio hasta el aseo
"Besos Consuelo", dice un cartel dedicado por un interno que cuelga de un panel del despacho de la directora. Una foto de la responsable con varios adolescentes adorna otro punto del tablón. Menores a los que los 30 profesores y 28 educadores tienen que enseñarles "todo, desde cómo disfrutar de su tiempo de ocio hasta a llevar una disciplina diaria en aspectos tan comunes como lavarse los dientes".
La lucha contra las drogas y los problemas mentales es otro reto de este centro reeducativo regido por la Conselleria de Justicia y la Fundación Diagrama. "Los escolares se pensarían dos veces si fumar porros de saber lo que puede pasarles". Y Consuelo recuerda a un interno al que las drogas llevaron a ver gallinas. "O estar tres personas hablando y el chico decir de repente que ve una cuarta". O darse uno mismo puñetazos en la cara como única forma de tranquilizarse.
Entre el ala de oficinas y la zona de aulas y dormitorios de los menores se sitúa un amplio y esmerado jardín. Varias jaulas con conejos y periquitos se adivinan aquí y allá. "Las cuidan ellos mismos". Fito y Pipo, dos pequeños perros, corretean felices a saludar a los visitantes. "El contacto con los animales es la mejor terapia para que la autoestima de los chavales y para que suelten sus sentimientos", explica Blanca, psicóloga del centro.
Seis rostros se giran expectantes cuando LAS PROVINCIAS llega a una de las aulas. El profesor de albañilería les enseña cómo colocar el riego por goteo. Es una de las últimas actividades que desarrollan en el jardín. "¿Vamos a salir en las noticias?", interroga, curioso, uno de los menores.
En un cuarto anexo, una educadora supervisa cómo Noel pide por escrito un permiso de salida del centro para ir a una boda. "¿Te casas?", pregunta Consuelo. "Claro...", responde, con media sonrisa, el joven de 18 años. "¿Y no me invitas?", responde la directora. "No, que tú tienes que trabajar aquí. Además, eso lo lleva mi mujer..", replica Noel, desenmascarando su broma con una carcajada. Junto a él, un azulejo con el rostro de la pantera rosa confeccionado por él mismo. "Por 13 euros es tuyo", apunta, de nuevo irónico.
Turnos de duchas, para hacer pesas, para la depilación ("Los chicos también quieren ser aquí metrosexuales", apunta Consuelo). Todo está reglado en listas que se cuelgan en los tablones repartidos por los tres hogares. "Se trata de enseñarles dinámicas que sigan aplicando en el exterior".
"Soñar es gratis"
Aunque los propios educadores son conscientes del duro camino que les espera a muchos jóvenes a su salida del centro. Adolescentes que han convivido a diario con los malos tratos e incluso los abusos sexuales, muchos con toda su familia en prisión. "Es difícil que no acaben ahí", confiesa Consuelo. Pero la gran mayoría logra escapar de las garras del delito.
"Hoy voy a hacer de mi día algo mejor", reza un cartel dentro del cuarto de Cristian. "Soñar es gratis", proclama otro mensaje escrito. En cada rincón del centro se respira positividad. Y a las pocas horas uno ya no escucha los cerrojos correrse y descorrerse. Ni ve a los discretos guardias jurados. Ni aprecia siquiera las rejas en las ventanas. Casi pareces regresar al aula de un colegio.
"Al principio te rebotas con todo. Pero al final, escarmientas". Pocos chavales de 16 años parecen tan maduros como Ruperto. "Entré en 2008 y voy a salir en 2010, pero lo voy a hacer como una persona normal", confiesa. Poco después, orgulloso, muestra sus notas. Ninguna baja de notable.
Entre los internos no se habla de delitos. Sólo en las terapias personales. Olvidar y empezar de cero. Mientras pinta un haiku (motivo japonés) en una jarra, Jorge demuestra que el paso por el centro acaba surtiendo efecto. "Cuando llegas aquí y dejas a los tuyos fuera, te das cuentas de que no mereció la pena hacer lo que hiciste y entrar en este sitio".
Alberto hace pocos meses que está internado. A sus 18 años, llevaba cuatro sin pisar un colegio. En Pi Margall ha vuelto a hacerlo. Pero no olvida su pasión: los grafitos. Su ropa deportiva y los pósteres en su habitación hablan a las claras de su afición. "Tiene un trazo tremendo", dice referente a una pintada incluida en Hip Flow, una revista dedicada al mundo del grafito.
En el pasillo, Ruperto se come a besos y abrazos a la psicóloga. "Están muy necesitados de cariño", subraya Blanca. "Se está muy bien aquí", afirma sincero Rúper. "Pero mejor si no entras...".
acheca@lasprovincias.es
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