martes, 6 de octubre de 2009

La mirada del vigilante


Da pena que entre el maremágum de estrenos post-festivaleros se pierda esta joya por la que sólo se interesaba un espectador en la noche del domingo.
Da miedo que la acumulación de galardones (tres en Berlín, el Gran Premio del Jurado, el Premio Opera Prima y el Alfred Bauer, más nuestro Premio Horizontes del Zinemaldia, distinción que fue recibida con aplausos por la crítica de ambos lados del Atlántico) haga que sus posibles espectadores esperen una película grande cuando éste es el reino del cine pequeño, sólido pero pequeñito, modesto, cercano. Para que me entiendan, una película en cuyos títulos de crédito figura el listado completo de los extras participantes.
Con la misma cercanía y falta de aspavientos está rodada esta historia del vigilante de seguridad que trabaja por la noche en un hipermercado. Al que acompañamos en sus taciturnas idas y venidas, en el comedor del centro de trabajo, en los vestuarios o ante esos monitores de las cámaras de seguridad que le dan, a él y a sus compañeros, el extraño poder de ver sin ser vistos, de acercarse a la imagen de alguien e incluso repetir sus movimientos adelante y atrás.
Adrián Biniez, bonaerense en esta producción fundamentalmente urguaya, músico metido a cineasta más que prometedor (es éste su primer largometraje) filma con precisión y tono casi documental la vida cotidiana de ese vigilante corpulento, aficionado al heavy, solitario, aburrido, que centra su atención en una mujer de la limpieza a la que seguirá a través de las cámaras entre los estantes del hipermercado o a lo lejos desde la calle. Y nuestro hombre, ¿qué será, un ángel de la guarda o un voyeur pervertido?
A quienes todavía no la han visto, no les contamos más. Sólo les recomendamos no perderse este canto al amor y a la mirada siempre sorprendida a nuestro alrededor. Por ejemplo, la chica a la que persigue el vigilante y seguimos nosotros, ¿entrará en los multicines a ver la comedia romántica o la película de mutantes? ¿y cómo reaccionará?
Gigante capta esas pequeñas maravillas de nuestra vida. Espera cauteloso entre el tedio (qué aburridos están todos los empleados de ese hipermercado) hasta encontrar una chispa de vida. Nos llena de silencios, pequeños ruidos, esas breves conversaciones superficiales con las que nos manejamos en el día a día, a la espera de una palabra quizás no escuchada pero sí sentida.

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