ANTÓN LUACES El pontevedrés Benito Soto Aboal está considerado como uno de los piratas más sanguinarios de principios del siglo XIX. Otros que no se quedaron a la zaga fueron los populares Barbarroja y Barbanegra, Roger de Flor (nombre que los catalanes dieron al italiano Rutfer von Blum), Thomas Cavendish, John Hawkins, Henry Morgan o el inefable Francis Drake -al que recientemente el exalcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, comparaba con una conocida agencia de calificación, cuando para las autoridades españolas de aquel tiempo no era sino "un vulgar pirata" a quien, por cierto, A Coruña nada tiene que agradecer-.
Son, unos y otros, historia.
Los piratas que ahora establecen su poderío en el Océano Índico y que hacen que países como España o Francia se hubieran manifestado a favor de la constitución de una fuerza aeronaval que permitiera a sus barcos atuneros faenar con relativa calma, llevan nombres árabes y proceden de la costa de Somalia, donde ya quedan muy pocos peces gracias a la acción depredadora de las flotas extranjeras que allí operan, y al vertido absolutamente descarado de productos nucleares que llegan a la zona litoral arrastrados por las olas y que generan en la población desprotegida enfermedades, malformaciones y muertes.
Independiente desde 1960, Somalia es hoy el campo de experimentación y cultivo pesquero para más de 800 barcos industriales -que en muchos casos utilizan artes de pesca prohibidos en sus países de procedencia- cuyos ingresos anuales superan los 480 millones de dólares. La flota atunera que faena en aquellas aguas pertenece, en un 60%, a armadores españoles; el 40% restante a armadores franceses. Sus capturas alcanzan cada año el medio millón de toneladas. Todos ellos contribuyen a empobrecer, todavía más, al que ya es el país más pobre del mundo y que, desde 1990 viene denunciando -sin que nadie quiera escuchar- las tropelías que las distintas flotas de Estados Unidos, Europa y Asia cometen a diario fuera de la Zona Económica Exclusiva somalí y también en las aguas territoriales de este país.
Más de 300.000 muertos y un millón y medio de desplazados lastran la historia de un país en continuos enfrentamientos y con un gobierno sumamente débil ante el poder de los señores de la guerra.
Somalia tiene un perla que muchos quieren, especialmente las empresas petroleras estadounidenses. Tiene también la pesca, producto del que vivían muchas familias hoy en hambruna permanente y que Europa y Asia sobreexplotan. Y tiene una costa, la del golfo de Adén, por la que circulan cada año más de 20.000 cargueros. Todo sumado ha llevado a antiguos pescadores a plantearse la posibilidad -hoy real- de convertirse en Guardacostas Voluntarios de Somalia, vulgares piratas que, como nuestro Benito Soto Aboal o el inglés Drake, asaltan cualquier cosa que flote en el Índico y sus proximidades si ven una mínima rentabilidad en la operación.
Muchos de esos piratas son antiguos pescadores que intentaron alejar las flotas extranjeras de sus caladeros y al no conseguirlo, optaron por los abordajes. Cuando estos se hicieron rentables económicamente, los pescadores y aquellos que vieron en los actos pirateriles, en los saqueos, los secuestros y la posesión de armas pingües negocios, institucionalizaron la Hermandad y optaron por mantener una especie de estado de guerra que apoya el 60% de la población y que afecta a todo cuanto barco navegue a su alcance, éste cada vez mayor. Al tiempo, se incorporaron a la actividad delictiva ex combatientes somalíes bien entrenados. Juntos, son piratas.
Fue la excusa perfecta para que los intereses particulares de empresas españolas y francesas llevaran a los gobiernos de estas dos naciones a promover la creación de la denominada operación Atalanta que moviliza más de 20 navíos y 1.800 militares con un costo de más de 6 millones de euros mensuales y medio millón de euros a pagar por la seguridad privada a bordo de los atuneros. Todo ello con cargo a los Presupuestos Generales del Estado español.
Pero los piratas no son exclusivamente los somalíes. También lo son, y de qué manera, aquellos que dejan sin pesca a los nacionales, los que desde 1991 arrojan barriles al mar y se marchan de la zona. Barriles que, en muchos casos, llegan a la costa con su cargamento de desechos peligrosos, como la propia ONU ha reconocido. Contenedores con elementos tan nocivos como el cadmio o el mercurio, Basura industrial y de sustancias químicas y de hospitales, basura nuclear que mata a los somalíes y destruye el océano. Asia y Estados Unidos son coprotagonistas, según algunas fuentes, en estos vertidos en los que también participó Europa. Es conocido por la ONU, que calla y otorga.
Infecciones, hemorragias, problemas en la piel, malformaciones en recién nacidos. Todo esto y más es la consecuencia directa de los vertidos en la población somalí, que se muere de hambre y miseria; consecuencias que se extienden asimismo a Costa de Marfil, Nigeria, Congo o Benin que saben igualmente de desechos radiactivos generados por los países ricos que vierten en aguas de los países pobres aquello que no quieren cerca. En muchas ocasiones, vertidos por buques con bandera de conveniencia que sus armadores pueden lograr a través de Internet sin más requisito que el pago de unos 500 euros.
¿Dónde están los piratas y cuánto, realmente, estamos pagando para una industria que piensa más en los mercados asiático y estadounidense que en el español?
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