Los asaltantes lo golpearon con un ladrillo en la cabeza mientras custodiaba la obra de un supermercado en Amate, causándole varias fracturas y contusiones.
"Yo todavía estoy asustado, porque sé que fueron a matarme y que salvé mi vida por mis propios medios", dice David, vigilante de seguridad en una obra en Amate al que la madrugada del sábado dos encapuchados propinaron una brutal paliza que culminó con un ladrillazo en la cabeza que pudo ser fatal de no haber tenido los reflejos de poner la mano. Luego huyeron en una furgoneta de gran tamaño en la que les esperaba un tercer compinche, y en la que seguramente tenían intención de cargar maquinaria. David tiene rotos el pómulo, el tabique nasal y los dos labios, escupió tres dientes enteros y le rompieron dos más, acumula golpes en la mano, pie, caderas...
Ingresado en el hospital Virgen del Rocío, a la espera de ser operado el viernes de sus fracturas, David explica que el dolor físico no es tan difícil de llevar como el miedo que se le ha quedado. Lleva una semana sin dormir bien, sobresaltándose por las noches cada vez que escucha un ruido, y se sorprende con el "sinvivir de saber que te han podido matar". Está seguro de que, si llega a quedarse quieto en vez de enfrentarse a ellos con todas sus fuerzas para poder escapar y salir a la calle, lo hubieran matado.
El asalto se produjo a las cuatro de la madrugada del viernes al sábado pasados, cuando David Piña, de 32 años y con cinco de experiencia como vigilante jurado, estaba rellenando un parte de incidencias después de haber realizado la ronda habitual sin detectar novedades. Estaba en la casetilla de la obra que Mercadona tiene en marcha en Amate cuando entraron dos hombres encapuchados con pasamontañas negros, vestidos con ropa y guantes anticortes -probablemente para no dejar ningún tipo de rastro- y armados con pistolas eléctricas y palos de madera, según explica Moisés, el hermano de David, que le toma el relevo para evitar que haga esfuerzos.
Los dos varones, de entre 1,75 y 1,80 y con acento "de Madrid para arriba", le gritaron que se tirara al suelo. "No me tiré, porque yo vi cómo venían vestidos, qué armas traían y qué tono de voz estaban utilizando, amenazante, y estuve seguro de que ahí mismo me mataban". David se refugió en una esquina y les lanzó el tablero de una mesa construida con un panel sobre dos caballetes. Luego golpeó a uno de ellos con uno de los caballetes y salió corriendo, pero el segundo atracador lo agarró en la salida de la casetilla y entre los dos le esposaron las manos con sus propios grilletes, por delante. Su suerte fue que notó que uno de ellos se daba la vuelta y se le acercaba por detrás, porque en un movimiento reflejo levantó las manos como gesto de protección y evitó que el ladrillazo que iba a darle en la cabeza le impactara de lleno. Aún así le partió varios huesos, pero no perdió el conocimiento y consiguió salir corriendo y llegar a la calle pidiendo ayuda a gritos.
La gente que iba por la calle lo ayudó y llamó a la Policía y al 061. Varios testigos, cuenta Moisés, dijeron a los agentes que acudieron que habían visto escapar a una enorme furgoneta blanca conducida por un tercer varón. "Iban a por la maquinaria y los generadores, que valen 60.000 o 70.000 euros", opina Moisés. "Y no les importó lo que se tuvieran que llevar por delante".
"La obra no tenía medidas de seguridad"
Moisés, indignado por la agresión a su hermano, atribuye parte de la responsabilidad a su empresa por no garantizar su seguridad. “Para empezar, porque los turnos son muy largos: ese día tenía que trabajar 13 horas y media y al final uno no puede estar como al principio. Además no tiene un compañero, ni le facilitan un walkie, no hay cámaras vigilando el recinto y ni siquiera le dan la llave de la casetilla de obra para que esté seguro allí dentro”, enumera, recordando que en los últimos meses ha habido dos agresiones graves a vigilantes, también para robar en las obras.
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