Los clanes gitanos que controlan las peculiares empresas de vigilancia de obras en Madrid han puesto el ojo en Vitoria. Más concretamente en las nuevas edificaciones de la zona de Salburua. Al patriarca Luis, que se encarga desde hace tiempo de controlar la seguridad nocturna de ciertos tajos en la zona, le ha salido una dura competencia. Tan dura que si los capataces se niegan a firmar el contrato con los nuevos 'empresarios' llegados de la capital española, éstos pueden llegar a recurrir a la violencia.
Varios responsables de los trabajos que se desarrollan en el nuevo barrio han confirmado a EL CORREO esta situación. «Estuvieron a punto de pegar al capataz por negarse a cerrar el trato», cuenta uno de los obreros. «Y no es el único enfrentamiento que hemos tenido de ese tipo. Pasa constantemente», añade.
Robos de gasoil
También es cierto que estos 'empresarios de seguridad' emplean otras fórmulas más allá de la intimidación para que las constructoras se den cuenta de que sus servicios son necesarios. «Están desapareciendo cosas, desde el gasoil de las máquinas hasta las cadenas de la excavadora. No se trata sólo de los hierros», confiesan desde este sector. Otros trabajadores denuncian actos de sabotaje. «Están entrando con su casco, chaleco reflectante y una rotaflex a destrozar nuestro trabajo».
Para iniciar 'relaciones comerciales' ellos llegan con su furgoneta e instalan en las vallas el ya conocido cartel de 'Esta obra es de un gitano'. Es después cuando plantean sus condiciones: piden chatarra y material en desuso, y acceso al tajo en todo momento, festivos incluidos. «Es un riesgo, porque los domingos no hay nadie en la obra, y si campan a sus anchas sabe Dios lo que pueden llegar a coger», plantean desde una de las obras que no se somete a esta «extorsión».
«Realmente no vigilan. Lo que hacen es marcar su territorio, de tal forma que la explotación del lugar es sólo suya», explican los obreros. Pero, aunque no se acepten sus 'servicios', ellos están dispuestos a aliviar de chatarra a cuantas construcciones les teman. A plena luz del día, sin importar si hay gente trabajando, llega puntual la furgoneta. «Suele ser sobre la hora de comer, cuando estamos menos», cita un testigo de estos actos.
Cien euros por viaje
El cajón de los hierros les espera, aunque si en su camino se encuentran material con posibilidad de venderse, éste «también va al fondo de su vehículo. Hasta nos llegan a ofrecer pequeños trapicheos, como darnos la mitad de lo que ganen o regalarnos una botella de vino a cambio de hacer la vista gorda», confiesa uno de los trabajadores. «Yo les remito al capataz, y ahí empiezan los gritos y las amenazas», añade.
Lo cierto es que en cada viaje se pueden sacar hasta cien euros. Día sí día también, ellos hacen su ruta. Compiten con los vigilantes calés del antiguo solar de Esmaltaciones San Ignacio, que cobran por sus servicios «unos 500 ó 600 euros» al mes, según desveló el pasado mes este periódico. «Saben que les tenemos miedo y se aprovechan de ello», reflexiona un capataz.
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