martes, 26 de enero de 2010

SEXO, VIOLACIONES, ABORTOS Y... TERRORISMO

EL GRAPO ha superado esta semana la imagen de incalificable grupo terrorista. Una joven militante ha denunciado que fue sometida sexualmente por uno de los jefes, Silva Sande, apelando a su superioridad. El acusado se defiende




ANA MARÍA ORTIZ



Hacía casi una década que Esther González Ilarraz no le veía la cara al jefe. Hasta que el pasado lunes 18 ambos coincidieron en el banquillo de los acusados durante el juicio que se celebra en la sección Tercera de la Audiencia Nacional contra los Grapo. El jefe, Fernando Silva Sande, y otros seis presuntos militantes eran interrogados sobre su participación en el atentado contra un furgón blindado en Vigo, en 2000.



Cuando a Esther González, de 33 años, le tocó rendir cuentas de lo suyo, se sacudió cualquier implicación en el golpe -en el asalto murieron dos de los tres vigilantes que custodiaban el furgón- diciendo que era materialmente imposible su presencia en aquellas fechas en la ciudad gallega porque se encontraba convaleciente, recuperándose de un aborto provocado.



El asunto del embarazo interrumpido no hubiera tenido mayor trascendencia de no revelarse que la gestación habría sido fruto de una violación y que ésta tenía como protagonista a uno de los cabecillas de la organización. «Llevo 10 años intentando olvidar lo sucedido», decía.



No quiso Esther González señalar al hombre que la habría forzado. Pero los antiguos compañeros de armas que la precedieron en el estrado lo hicieron por ella. Primero Mónica Refojos, quien explicaba así por qué Silva Sande ya no formaba parte de los Grapo: «Oí que lo expulsaron por violar a una compañera». Después, el pistolero Marcos Martín Ponce justificó la salida del que fuera su líder -en otro tiempo venerado e intocable- aduciendo que, llegado un momento, se convirtió en una especie de «cowboy», que se jactaba de las vidas que se había cobrado su revólver y que, además, violó a una militante y lo había intentado con otras. «La expulsión de la banda es lo mejor que le pudo pasar porque en una organización revolucionaria a esa gente se la suele ejecutar», declaró.



Los Grapo parecían sacar así a la luz así la trastienda más sórdida de su vida en la clandestinidad. A decir de sus testimonios, Silva Sande habría exigido a sus camaradas femeninas una implicación aún mayor que la lucha armada. El manual revolucionario incluiría también la obligación de satisfacer sexualmente al líder.



Así al menos lo contó la propia Esther González cuando fue detenida en una calle de Sevilla, en diciembre de 2006. Se encontraba entonces ya fuera de la organización, «renegada», según se lee en las cartas de algún Grapo. Su testimonio ante los agentes que la interrogaron fue entonces difundido por La Razón. «Me fui de los Grapo porque era un harén» era el titular que dejaba la joven, quien culpaba de los abusos a un cabecilla que ejercía «el derecho de pernada» sobre algunas de las mujeres alistadas en la banda.



Todo comenzó, contaba, en 1999, cuando la organización le pidió que se trasladara a Madrid para recoger a uno de los gerifaltes del Grapo. Así lo hizo. Al hombre importante al que tenía que cubrir las espaldas lo menciona en su declaración con el nombre clave de «Antonio» -Antonio, Antón y Juan son los tres alias usados por Silva Sande, el secuestrador de Publio Cordón-.



Se dispuso, continuaba su relato, que regresaran de noche, en un tren que moría en Granada, desde donde viajarían a Sevilla, su destino final. Durante el trayecto, según Esther, sucedió lo que sigue: «Se metió en mi litera y empezó a tocarme. Yo me quedé en blanco y no supe reaccionar, no queriendo nada en su momento».



Cuando los agentes le preguntaron por qué consideraba que los hechos que describía eran un abuso, respondió que Antonio era un superior al que tenía idealizado. «Abusó de ese poder sabiendo que no podía decirle que no». Las vejaciones, dijo, continuaron durante toda la estancia en Sevilla.



Esther González, siempre según su declaración, calló la ofensa. Hasta que, a principios de 2000, cumpliendo las órdenes de la organización, se desplazó junto a un puñado de militantes a Vigo (el asalto al furgón en esta ciudad se produjo el 8 mayo de ese año) y compartió confidencias con otra camarada. Ésta, mencionada con el nombre en clave de María, le habría reconocido no sólo que ella también era víctima del chantaje -sexo a cambio de un buen puesto en la organización o la expulsión si se negaba- sino que le dio cuenta de una tercera compañera -alias Gema- que vivía el mismo infierno. «Dedujimos que este hombre abusaba de las tres a la vez durante la misma época. En este punto, sentí rabia», le dijo Esther a los agentes.



La versión de Fernando Silva Sande llega a Crónica por boca de su abogada, Natalia Crespo. «Mi cliente y Esther mantuvieron una relación sexual consentida por ambas partes», dice ésta. «Evidentemente, es una procesada para la que el fiscal pide 152 años de prisión y, en el ejercicio de su defensa, cuenta lo que mejor le parece, pero no quiere decir que diga la verdad».



¿UNA VENGANZA?



Tras la acusación, dice la letrada, se escondería además la vendetta de la organización, que no perdona a Silva Sande que haya renegado de las siglas Grapo. Lo hizo primero en una carta -escrita desde la cárcel, en agosto de 2008, y remitida a la directora de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo- en la que pedía perdón «por el daño y el dolor causado». Se refrendó más tarde en el arrepentimiento y detalló el porqué en una entrevista publicada por Crónica el 1 de marzo pasado. «La militancia que yo he vivido no creo que se diferencie mucho de las sectas religiosas medievales», decía.



Existe además un relato, escrito a mano por Fernando Silva Sande, en el que éste describe cómo fue su relación con Esther González. Lo tituló Vivencias con Aïda [éste era el nombre en clave de Esther dentro de los Grapo] o remansos de paz en medio del temporal, y en él refiere un idilio que poco tiene ver con los tormentosos encuentros que ha destapado ella. Bajo estas líneas reproducimos unos fragmentos.



Aprovechaba también Silva Sande la entrevista publicada en diciembre en estas páginas para hacer caer el peso de la organización sobre los hombros de Manuel Pérez -el camarada Arenas, también en el grupo de los siete grapos jugados esta semana- y aseguraba que el poder de éste llegaba incluso a «decidir quién podía ser pareja de quién».



Los Grapo, a decir del experto Lorenzo Castro, son señalados como una de las organizaciones terroristas con más mujeres en sus filas a nivel mundial. Y probablemente con más parejas también. «O bien las parejas salían por la relación tan intensa que mantenían durante la militancia o bien uno de los miembros de una pareja se incorporaba y arrastraba al otro a la organización», explica Castro.



Son famosos los tándem -pareja de atentado y de lecho- a lo largo de la historia del Grapo. El camarada Arenas e Isabel Llaquet, Carmen Muñoz y Leoncio Calcerada, José Antonio Peña y Rosario Llobregat... Y el propio Silva Sande e Isabel Santamaría, con quien estuvo casado hasta que en abril de 1993 ella pasó a engrosar las listas de activistas caídos en acción armada. Santamaría murió durante un asalto a un furgón blindado en Zaragoza en el que cayeron otros dos camaradas. Esther González pertenece al segundo grupo de parejas terroristas, es decir, que llegó a la organización atraída por un enamorado que ya militaba.



DISFRAZADO DEL CHE



Antonio María de Oriol y Urquijo, el que fuera presidente del Consejo de Estado, llevaba 20 días secuestrado cuando Esther vino al mundo en el barrio obrero de Vallecas, la nochevieja de 1976. Silva Sande, quien cumplirá 56 años en marzo, de los que ha pasado 24 en prisión, participó en aquel secuestro y fue condenado por ello.



Tuvieron que pasar dos décadas para que los Grapo se cruzaran en el camino de Esther. Fue durante los Carnavales de 1997, cuando conoció a un okupa, quien iba, según ella misma contó a la policía, con un grupo de disfrazados de Che Guevara. Hubo química y ella comenzó a dejarse ver cada vez con más asiduidad en la casa okupada en la que él vivía. Se trataba de Israel Torralba, también en el grupo de juzgados por lo de Vigo. Un día, el novio le dijo que tenía que marcharse y le dejó el nombre de «Juanito» como el contacto a través del cual se comunicarían.



El tal «Juanito», declaró Esther, la convocaba en un bar de Vallecas, al que llegaba unas veces con el Manifiesto Comunista bajo el brazo y otras con la revista Resistencia. Hasta que una velada deslizó en la conversación la primera referencia al Grapo. Para el verano de ese 1997, Esther González estaba ya plenamente integrada en la estructura. Las fuerzas de seguridad la sitúan en el asalto a una entidad bancaria en Valladolid en mayo de 1999; en el mencionado atentado de Vigo en 2000; en el atraco a un furgón blindado en Maliaño (Santander) en 2001...



No se sabe cuándo se rompió la relación con Israel Torralba ni el momento exacto en que Esther dejó la militancia. Estaba ya fuera cuando fue detenida en diciembre de 2006. Tras pasar dos años en prisión preventiva, fue puesta en libertad y se instaló en una vivienda en el barrio sevillano de San Luis, a escasos 200 metros de la casa en la que residía cuando fue apresada. Allí había formado hogar con una pareja nueva y su hijo, de unos siete años, fruto de una relación anterior. Tenía intención, según cuentan los vecinos, de restaurar la casa, pero no pudo afrontar las letras y su gran enemigo, el gran capital, se tomó la revancha: fue embargada por el banco.



En el barrio ha dejado una imagen de vecina modélica que nunca dio problemas: «Siempre era muy atenta y buena persona», dicen. A quienes sabían de su paso por los Grapo y le preguntaban por su pasado terrorista, les respondía: «Equivocaciones de hace muchos años, cosas de juventud».



Con información de Daniel Garrido

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