domingo, 15 de mayo de 2011

En legítima defensa


La angustia de un hombre convencido de que unos atracadores querían entrar en la casa de su familia

Por la mañana era un feliz padre de familia y por la noche estaba esposado y detenido". Con esta desgarradora frase, Lluís Corominas relató la dramática situación que vivió en el 2006, cuando mató a un presunto atracador delante de la casa de su familia. Desde entonces vive bajo la brutal incertidumbre de un juicio que no lo juzga por homicidio involuntario, sino por homicidio doloso, es decir, lo juzga como si fuera un asesino con voluntad manifiesta de matar. Ya en su momento hablé de la instrucción de la juez, responsable de esta brutal acusación, cuyas preguntas continúan sin respuesta. Por ejemplo, ¿cómo es posible que un hombre sin ningún antecedente violento, conocido como una persona de bien dedicada a su trabajo y a su comunidad, especialmente querido por las entidades sociales de la zona, se convierta de repente en un pérfido asesino? ¿Es así como se fabrican los ase#7;sinos, de la noche a la mañana, por el solo hecho de ver a unos hombres en un coche y decidir que le apetece matar a alguien? ¿Cómo es posible que aquella juez que instruyó el caso –y que lo envió a la prisión sin fianza con el delirante argumento de que era miembro "de una familia de rancio abolengo"– no tuviera en cuenta las circunstancias? Recordémoslas. El presunto atraco se produjo en medio de una oleada de asaltos violentos, algunos con resultado trágico, y hacía poco que un niño de cuatro años había sido secuestrado para cobrar un rescate. La alarma social llegó a convertirse en la primera preocupación de los catalanes. La familia Tous había sufrido diversos actos delictivos y su preocupación por la seguridad se convirtió en una cuestión prioritaria. Ningún miembro era experto ni en armas, ni en seguridad, ni tenía ninguna afición, incluyendo a Lluís Corominas, que sólo había hecho algún curso de autoprotección.

Y a esa grave y pesante atmósfera de inseguridad, hay que añadir la alarma del vigilante, la llegada por la noche a la zona, la espera de la policía, el miedo que sintió Lluís y toda la angustia de un hombre convencido de que unos atracadores querían entrar en la casa de su familia. Obviamente hay que analizar los detalles, pero convertir en asesino a un padre de familia asustado, ante una situación de alto riesgo, es esperpéntico. ¿Se fabrican así los asesinos? ¿O, por el contrario, este es el extremo al que pueden llegar los que temen por la vida de los suyos? Sin duda el debate jurídico es más profundo que esta columna. Pero una cosa está clara. En otro país nadie pondría en duda que Lluís Corominas estaba aterrorizado y actuaba en legítima defensa. Aquí, en cambio, estamos decidiendo si un padre de familia, en medio de una oleada de atracos, y convencido de estar defendiendo a los suyos ante el peligro de un ataque violento, es un asesino. Es el mundo al revés. O peor, es una justicia fuera del sentido común.

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