Vuelve a mirar a ambos lados y cuando cree que nadie repara en ella coge una cuña de queso y se la mete rápidamente en el bolso. Tras esperar la cola en caja, pone sobre la cinta las cuatro cosas que llevaba en la cesta de la compra. Paga y se dispone a salir. Pero al pasar por los arcos de seguridad pita una alarma.
Antes de que nadie diga nada, la mujer, abochornada, confiesa su hurto. «Es sólo esto –dice sacando rápidamente el queso–, es que no llego, hijo», le confiesa casi entre lágrimas al vigilante de seguridad que se había desplazado hasta la caja. La señora podría ser un claro ejemplo del nuevo perfil de «delincuentes» que han aumentado en los supermercados: gente inexperta que roba, si bien no por estricta necesidad, tampoco literalmente por capricho. El espectro de ladrones es tan amplio como uno pueda imaginarse, pero los vigilantes de seguridad los clasifican en dos: los que luego revenderán los productos y los que lo hacen para consumo propio. Los primeros son más difíciles de detectar porque son expertos y van preparados con alicates, bolsas de aluminio para inhibir las alarmas y todo tipo de artilugios para practicar el robo con éxito. Si bien es verdad que los sistemas de seguridad son cada vez más sofisticados y se renuevan con mayor frecuencia, la picaresca de los ladrones avanza prácticamente al mismo ritmo. Hay cadenas que incluso destinan a vigilantes de paisano para pillar a los delincuentes con las manos en la masa pero aun así la pérdida desconocida en 2010 supera los dos millones y medio de euros (muy por encima de la media europea), según datos proporcionados por CheckPoint, la empresa líder en instalación de alarmas y que trabaja con las cadenas de supermercados más conocidas.
Iván Baquero, responsable de la empresa, reconoce que, a pesar de que la economía de las empresas no está en su mejor momento, ellos sí han incrementado su bolsa de clientes. «En los últimos dos años las empresas han invertido más en seguridad. Pero no todo vale contra el robo
. Los productos en el interior de vitrinas se están suprimiendo porque reprime la venta por impulso», explica. «Además de las carcasas de policarbonato –para latas– y collarines para botellas –de alcohol o aceite–, tratamos con los fabricantes para etiquetar el producto en origen con radiofrecuencia», añade Baquero. Son artículos que aparentemente no llevan alarma pero que, en realidad, está escondida por alguna parte interior del envase.
Antes, el material electrónico, los cosméticos más caros y alimentos «gourmet» eran, por este orden, el objetivo de los delincuentes. Ahora, se han instalado alarmas «en multitud de productos» que hace un par de años nadie robaba, como en sobres de fiambre. La mayoría de los hurtos, aseguran los expertos, siguen siendo para revender en el mercado negro pero sí se ha notado la gente que roba porque, simplemente, no les llega el presupuesto y de ahí que haya nuevos productos de menor valor con sistemas antirrobo. Sin embargo, Baquero confiesa que «todas las tecnologías tienen sus debilidades» y luchar contra el robo al cien por cien es prácticamente imposible. Ya no sólo por el hurto externo sino por el interno (de los propios empleados). «También instalamos alarmas en taquillas y en las salidas de baños y vestuarios. Muchas veces el enemigo está en casa».
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