El presidente del templo tomará las «medidas necesarias» para evitar ataques
oan Rigol vivió ayer el día «más triste» de su etapa al frente del Patronato de la Sagrada Família. Sus ojos exhibían una tristeza que sus palabras intentaban esconder. Con la paciencia de una profesora de primaria, se enfrentó a la revoltosa prensa celebrando que nadie resultara herido, al margen de cuatro trabajadores que inhalaron humo al quedar atrapados en un ascensor. Ya por la tarde, con la mente más fría, la máxima autoridad del templo calificaba el incendio de «accidente menor que podía haber sido mucho más grave» y adelantaba su intención de «reunir a los responsables del complejo para tomar todas las medidas necesarias para que un ataque como este no se vuelva a repetir».
Cuando se debate sobre monumentos emblemáticos suele florecer una misma cuestión: ¿Están preparados para evitar una desgracia? La demagogia invitaría a recordar el 11-S de Nueva York, pero la cordura indicaría que lo que toca es poner los pies en el suelo, analizar causas, evitar lanzarse a la ciencia ficción sobre lo que podría haber pasado y tomar la iniciativa si es menester. Se impone un análisis previo: el templo dispone de 69 cámaras de seguridad -una de ellas habría grabado al hombre de los mecheros en plena acción- y, según concretó Assumpta Escarp, concejala de Seguridad, dispone de «un plan de protección civil aprobado», lo cual, tratándose de una iglesia, por muy archiconocida que sea, es un buen comienzo.
CASUALIDADES / Se juntan en este incendio un cúmulo de casualidades que llevan a pensar que el presunto perturbado no lo debía estar tanto si se tiene en cuenta que la sacristía es uno de los lugares con más material inflamable y peor ventilados del templo. Por dónde entró a la cripta y cómo se coló en las dependencias de los religiosos son asuntos por resolver, aunque puestos a lanzar hipótesis, es posible que este vecino de Sant Martí acudiera a la misa de las nueve de la mañana -abierta a todos los fieles- y luego se escondiera hasta que viera el terreno despejado.
Sobre la detención, patronato y Mossos ofrecieron versiones distintas. Mientras Rigol aseguraba que unos turistas inmovilizaron al sospechoso que luego quedó en manos del personal de seguridad, la policía defendía más tarde que cuando llegaron, el presunto incendiario seguía custodiado por esos héroes anónimos, lo que pondría en entredicho la capacidad de reacción de los vigilantes de la Sagrada Família.
Los políticos no perdieron la ocasión de lanzar pequeñas cuñas de su argumentario político. Xavier Trias se personó en el templo pocos minutos después de que el alcalde abandonara el lugar. El candidato nacionalista dijo que la Sagrada Família es «un lugar emblemático que está en buenas manos». Y ante la posibilidad de que la administración participe de la seguridad del templo, se negó a «organizar un estado policial», aunque sí invitó, con gran diplomacia, a «tener cuidado» en cuestiones como el acceso a zonas «con material inflamable». Alberto Fernández Díaz (PP) solicitó en una nota «reforzar los protocolos de seguridad» y recordó que el templo de Gaudí es un «icono de Barcelona que necesita tener un mayor control de seguridad ante el riesgo de sufrir ataques».
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