Carmen Echarri (elfarodigital.es). “Estamos solos, que se entere el Gobierno de lo que está pasando aquí dentro”. Son palabras de uno de los vigilantes de seguridad que trabaja en el CETI y al que ayer le tocó lidiar con la tangana sucedida en el interior del campamento después de que un inmigrante quisiera entrar en el comedor cuando ya había pasado la hora del servicio de cena. El hecho de que uno de los miembros de la seguridad interna del centro se lo impidiera fue la mecha suficiente para que se caldeara el ambiente. Así que a la inicial riña entre interno y vigilante se sumaron más inmigrantes y, por tanto, se tuvieron que sumar más trabajadores de la seguridad del CETI. ¿El resultado final? Que tuvo que acudir la Policía Nacional, la Local y la Benemérita para montar un despliegue policial tanto dentro del centro como por fuera, quedando incluso cortado el acceso hasta el CETI desde la carretera de Benítez para los vehículos.
Los vigilantes temieron lo peor, ya que todavía están frescos los recuerdos de los motines de agosto de 2010. “Estábamos sólo unos ocho vigilantes para controlar a todos los que están en el CETI. Aquí ahora hay más de 700 inmigrantes y no podemos controlar todo. Hoy han entrado más y el otro día también… que se enteren de lo que está pasando aquí”, espeta otro trabajador.
Desde que se produjo el incidente hasta la llegada de todas las fuerzas policiales transcurrieron unos minutos que a los vigilantes les parecieron eternos. “Estamos aquí solos, rodeados de toda la gente y se nos hacía eterna la llegada de la Policía”, añadía, enojado, otro miembro del grupo de la seguridad.
Tres de los vigilantes resultaron con algún tipo de lesión en ningún caso grave, pero también resultaron de igual manera algunos inmigrantes subsaharianos que ayudaron a los propios vigilantes. Uno de estos sin papeles mostraba el labio, recién partido, y otro recibía el abrazo de uno de los vigilantes por haber ayudado.
Y es que al producirse los enfrentamientos hubo de todo. Inmigrantes que apoyaron al compatriota al que no le habían dejado entrar en el comedor y otros que estaban del lado de los vigilantes. Sobre todo del lado de uno de ellos, al que los residentes aprecian “porque es muy buena persona con todos”, apuntaba uno de los subsaharianos al término de la tangana, pasadas ya las once de la noche.
En el suelo quedaban algunos restos del enfrentamiento, como largos trozos de plástico duro que algún subsahariano transformó en palo. “Con estas cosas nos estaban golpeando”, indicaba uno de los vigilantes.
Entre las miradas de algunos de estos profesionales se captaba mezcla de sentimientos: indignación por un lado, pero también cierto temor. “Nos encontramos desprotegidos, aquí solos… perdidos. El gobierno tiene que saber cómo estamos y tiene que haber aquí Policía”, apuntaban. Recuerdan lo sucedido el verano pasado y quieren cierta tranquilidad. Lo quieren los vigilantes y trabajadores que tenían que salir del campamento con miedo, metidos en sus vehículos.
Los aledaños del CETI, blindados por la Policía, demostraban que esa inseguridad entre los miembros del campamento era palpable. En la calle algunos inmigrantes decían que no están bien, otros condenaban por lo bajini, porque tienen miedo, la actuación de los internos que participaron en la revuelta: algunos subsaharianos y otros argelinos.
La llegada de la Policía Nacional sirvió para devolver la tranquilidad al campamento y para tomar los datos a los inmigrantes que, presuntamente, habría participado de una manera más directa en los altercados.
Desde que se produjo el incidente hasta la llegada de todas las fuerzas policiales transcurrieron unos minutos que a los vigilantes les parecieron eternos. “Estamos aquí solos, rodeados de toda la gente y se nos hacía eterna la llegada de la Policía”, añadía, enojado, otro miembro del grupo de la seguridad.
Tres de los vigilantes resultaron con algún tipo de lesión en ningún caso grave, pero también resultaron de igual manera algunos inmigrantes subsaharianos que ayudaron a los propios vigilantes. Uno de estos sin papeles mostraba el labio, recién partido, y otro recibía el abrazo de uno de los vigilantes por haber ayudado.
Y es que al producirse los enfrentamientos hubo de todo. Inmigrantes que apoyaron al compatriota al que no le habían dejado entrar en el comedor y otros que estaban del lado de los vigilantes. Sobre todo del lado de uno de ellos, al que los residentes aprecian “porque es muy buena persona con todos”, apuntaba uno de los subsaharianos al término de la tangana, pasadas ya las once de la noche.
En el suelo quedaban algunos restos del enfrentamiento, como largos trozos de plástico duro que algún subsahariano transformó en palo. “Con estas cosas nos estaban golpeando”, indicaba uno de los vigilantes.
Entre las miradas de algunos de estos profesionales se captaba mezcla de sentimientos: indignación por un lado, pero también cierto temor. “Nos encontramos desprotegidos, aquí solos… perdidos. El gobierno tiene que saber cómo estamos y tiene que haber aquí Policía”, apuntaban. Recuerdan lo sucedido el verano pasado y quieren cierta tranquilidad. Lo quieren los vigilantes y trabajadores que tenían que salir del campamento con miedo, metidos en sus vehículos.
Los aledaños del CETI, blindados por la Policía, demostraban que esa inseguridad entre los miembros del campamento era palpable. En la calle algunos inmigrantes decían que no están bien, otros condenaban por lo bajini, porque tienen miedo, la actuación de los internos que participaron en la revuelta: algunos subsaharianos y otros argelinos.
La llegada de la Policía Nacional sirvió para devolver la tranquilidad al campamento y para tomar los datos a los inmigrantes que, presuntamente, habría participado de una manera más directa en los altercados.
De una tangana que cuenta con nuevo líder a la celebración del gol
La situación dentro del campamento es complicada de abordar. Las entradas de inmigrantes en los últimos meses y el bloqueo de las salidas hace que la rutina sea la peor aliada de los internos. Así que mientras hay quienes buscan la manera de pasar el rato haciendo cursillos, aprendiendo español o formándose de alguna manera, también los años quienes reflejan su desesperación por el paso del tiempo con actitudes algo más viscerales. Si a este último grupo se le añade el nacimiento de la figura de un líder, la cosa empeora. Ambas características se pusieron ayer de manifiesto: en la tangana participaron subsaharianos que mezclaron su solidaridad con el compatriota al que no dejaron entrar tras incumplir el horario con las ganas de agredir a quien fuera, gritar que la vida en el CETI es muy mala y protestar contra todo el sistema. Y lo hacían contando con un cabecilla. “Ya tienen a su propio Malcom X”, ironizaba un testigo de los hechos, señalando a un inmigrante al que todos coreaban y loaban después de haber participado en el enfrentamiento.
Otros internos permanecían ajenos a lo sucedido e incluso mostraban cierto temor. Los había, además, quienes evitaban acercarse a la pelea y a la Policía y preferían salir al exterior o incluso conectarse con su ordenador a internet o efectuar varias llamadas a través de las cabinas ubicadas en el campamento.
Los había que estaban más centrados en el partido entre el Milán y el Barcelona y hasta gritaban con locura el gol del brasileño Thiago. Tan fuerte gritaban el ‘gol’ que hasta hicieron retroceder a los agentes policiales que ya emprendían camino de regreso al centro.
Con énfasis también recibieron la llegada del ‘general’: uno de los cargos directivos del CETI, Juan Miguel Blasco, quien, levantando una de sus manos, dialogó con los inmigrantes que le rodearon en grupo pidiendo calma.
Lo que ocurre dentro del campamento es un mundo aparte en el que gritos, amenazas, enfrentamientos se dan sorpresivamente la mano a los pocos minutos con celebraciones de los goles y con cruce de manos entre quienes optan por una vida más tranquila.
Otros internos permanecían ajenos a lo sucedido e incluso mostraban cierto temor. Los había, además, quienes evitaban acercarse a la pelea y a la Policía y preferían salir al exterior o incluso conectarse con su ordenador a internet o efectuar varias llamadas a través de las cabinas ubicadas en el campamento.
Los había que estaban más centrados en el partido entre el Milán y el Barcelona y hasta gritaban con locura el gol del brasileño Thiago. Tan fuerte gritaban el ‘gol’ que hasta hicieron retroceder a los agentes policiales que ya emprendían camino de regreso al centro.
Con énfasis también recibieron la llegada del ‘general’: uno de los cargos directivos del CETI, Juan Miguel Blasco, quien, levantando una de sus manos, dialogó con los inmigrantes que le rodearon en grupo pidiendo calma.
Lo que ocurre dentro del campamento es un mundo aparte en el que gritos, amenazas, enfrentamientos se dan sorpresivamente la mano a los pocos minutos con celebraciones de los goles y con cruce de manos entre quienes optan por una vida más tranquila.
Fuente y fotos: elfarodigital.es
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