lunes, 25 de julio de 2011

Tres trabajadores de la L3 de metro cuentan su impotencia ante los carteristas


"Veo entre 20 y 25 hurtos cada día", dice una | "Me insultan y me amenazan cuando salgo en ayuda de los pasajeros", relata otra


Barcelona. (Redacción).- Sonia, Maika y Jesús trabajan en la línea 3 del metro de Barcelona, concretamente en el tramo entre Passeig de Gracia y Espanyauna zona muy concurrida por turistas y sus depredadores de guante blanco. Llevan años soportando durante su horario laboral las embestidas diarias de carteristas y ladronzuelos varios a los pasajeros del subterráneo, pero aseguran que en los últimos meses ha empeorado sustancialmente su cotidianidad.
Los grupos organizados que ven a diario, que conocen a la perfección –y viceversa, ellos también conocen al personal de TMB–, se les han envalentonado y se les encaran con más agresividad. Denuncian la “frustración” que les provoca vivir cada día el mismo deja vú y aseguran haber sufrido numerosas intimidaciones verbales y algunas situaciones de peligro físico.
Los tres se dedican a la atención al público, en las estaciones, y también a la conducción de trenes, alternando una hora de cada actividad. “Somos de los que avisan a los pasajeros por megafonía cuando vemos entrar carteristas o tocamos el claxon fuerte para intimidarles”, relata Jesús medio riendo. “Legalmente sólo pueden hacerlo los de la L2, que tienen un mensaje grabado y lo pueden emitir, pero nosotros en principio no deberíamos, aunque la empresa es comprensiva y no nos persigue demasiado”, añade.
Amenazas, obscenidades y frustración“A lo largo de una jornada de trabajo veo entre 20 y 25 hurtos”, afirma Maika. “Si aviso a los pasajeros y los delincuentes me pillan, me amenazan pasándose el pulgar por la garganta o gritando insultos. Si estás cerca te escupen o te vacían los restos de alguna botella de agua por encima”, denuncia.
“Si les llamas la atención te gritan, te hacen gestos, se enfadan y en ocasiones se acercan cara con cara para decirte que salgas fuera, a la calle, donde no hay cámaras que puedan protegerte”, comenta Jesús. “En el tren es peor, cuando cierras puertas ellos las aguantan hasta conseguir su botín y si tú tocas la bocina avisando, entonces ellos se acercan a la cabina de conducción y te escupen o dan golpes al cristal”, prosigue.
“En ocasiones no me atrevo a salir de la cabina, pero si te ven acobardada es peor, porque pasan por delante tuyo, chupan el cristal, dicen obscenidades y se magrean mientras te miran”, explica Maika. Su única arma es “ponerles la correspondiente denuncia y de vuelta al trabajo”. “Esto se ha convertido en una situación habitual y aunque es difícil acostumbrarse y podría cambiar mi lugar de trabajo a otro más tranquilo, de momento me niego a que ellos puedan más que yo. Son ellos los que sobran, los que deben irse, pero todo tiene un límite y hay días que se me hace insoportable”, suspira.
“Frustración es la palabra. Te frustra que se sientan impunes, que entren y salgan cuando les dé la gana, que roben, que se rían en tu cara, que te amenacen, que no puedas dar un buen servicio al pasajero por la presencia de estos indeseables”, lamenta Jesús.
“Cada día me encuentro a estos personajes durante mi jornada laboral, incluidas dos mujeres que denuncié y a las que condenaron. Tengo que soportar ver cómo roban y aunque no les mire ni les diga palabra, me insultan igualmente y me amenazan cuando salgo a atender la estación”, explica Sonia.
Los pasajeros les recriminan que no eviten más hurtosCuando Maika evita enfrentarse a los grupos, nos cuenta, se le encaran también los viajeros. “Si me limito a mis funciones, que es avisar a Seguridad, el resto de pasajeros se me echa encima con comentarios a pleno pulmón, del estilo: ‘Y tú para qué estas aquí, lo estás viendo y no haces nada, te voy a poner una reclamación’. Se van encendiendo poco a poco, van haciendo corrillo hasta llegar a los insultos y yo sólo puedo responder que ya he avisado a Seguridad”, describe. Comprende que los pasajeros estén “hartos de estas situaciones” y que “descarguen contra el primer responsable que vean”, pero lamenta que los trabajadores del metro se sientan a diario entre la espada y la pared.
Según Jesús, en cambio, “los pasajeros están cada vez más concienciados”. Lo que le subleva es que un turista robado le pida ayuda y él sólo pueda avisar a Seguridad e indicarle dónde está la Comisaría: “Observas su rabia, sus lágrimas, su miedo, están asustados. Sólo querían trasladarse de un lugar a otro de la ciudad o pasar unos días de vacaciones y les han arruinado el viaje”.
La policía funciona, las leyes no tanto
“Es el paraíso de los carteristas, actúan con total libertad y no porque no se les incordie con los vigilantes, los Mossos y los empleados de metro, porque hay que reconocer su incansable labor. El problema es la falta de dureza en las leyes y la falta de rigor a la hora de cumplirlas”, lamenta Maika. Afirma que “cada día son más numerosos y más agresivos” y que “saben perfectamente que no permanecerán en Comisaría más de dos horas”.
Jesús se conoce al dedillo la táctica estrella de los carteristas, el ‘tapón’: “Rodean al pasaje-objetivo en la puerta del tren o justo antes de los validadores de billete. Entonces les roban las carteras, generalmente las victimas no se dan cuenta, rápidamente pasan la cartera de manos y se dispersan con rapidez”. Remarca que no se trata de ladrones comunes, sino de grupos con una clara distribución de tareas: “Siempre van en grupos, están organizados e incluso se avisan por teléfono móvil de la presencia de Seguridad”.
La mala experiencia de Sonia
Sonia sufrió un intento de agresión en la estación de Passeig de Gràcia mientras estaba de servicio y, aunque identificó, denunció y testificó contra las dos mujeres que la amenazaron, sigue viéndolas a menudo en la L3. “Advertí en inglés a una familia de extranjeros que estaban siendo robados, se oyó el bip-bip de las puertas cerrándose y me encontré sola en el andén rodeada por el grupo de seis carteristas, tres hombres y tres mujeres”, recuerda. “No podía retroceder, porque tenía las vías detrás, y recibí todo tipo de insultos, especialmente ‘puta’. Los tres hombres se alejaron pero ellas me rodearon y amenazaron con frases como ‘puta de mierda te vas a enterar’, ‘siempre estáis jodiendo’ y ‘te vamos a matar como no nos dejes en paz’, mientras dos de ellas levantaban los brazos como si fueran a pegarme en la cabeza o en la cara”, explica.
“Al llamarlas los hombres se fueron con ellos hacia el vestíbulo. Yo llamé a Seguridad de TMB, para explicar lo que me había sucedido y que quería tramitar una denuncia”, narra. “Pero cuando subí con un compañero al vestíbulo, me encontré al mismo grupo con una pareja de Mossos de paisano, que los estaban identificando. Se lo conté todo y señalé a las mujeres que me habían amenazado, pero ellas replicaban que querían disculparse conmigo porque al levantarme las manos sólo pretendían decirme que les dolía la cabeza. Me pedían que no las denunciase mientras se reían ante mí y de los Mossos”, continua. “Tramité la denuncia y al cabo de un mes y medio fui al juicio, al que ellas no se presentaron y en el que se les impuso una multa a cada una, que si no pagaban se convertía en 30 días de prisión”, concluye.

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