domingo, 28 de diciembre de 2008

«Corrí tras él y le hice una llave»

Un escolta siguió al atracador armado de un estanco en Bilbao al oír la alarma y ver que se quitaba la sudadera «para disimular»
J.P. nació hace 31 años en Faro (Portugal) y trabaja desde hace dos en el País Vasco como escolta, su vocación: «proteger a la gente». Guardaespaldas de Yolanda Couceiro, presidenta de la plataforma España y Libertad, que regenta una boutique en Bilbao, él y su compañero realizaban un servicio de vigilancia el pasado martes en la calle María Díaz de Haro cuando se les presentó lo que califican como «gajes del oficio». Era la una y cuarto de la tarde y empezaron a escuchar una alarma. «Nos llamó la atención por la hora», recuerda J.P., que habla con marcado acento portugués.
En realidad, lo que se oía en toda la calle era un timbre que los dueños de un antiguo estanco colocaron en la trastienda como rudimentaria medida de seguridad para avisar a los comercios colindantes de la presencia de un ladrón. Azucena, la estanquera, tuvo el valor y el «tiempo» suficiente para reaccionar cuando un individuo, que se tapaba el rostro con una capucha para no ser reconocido, entró en el pequeño establecimiento de madera, le enseñó una navaja y le advirtió de que se trataba de un atraco.
La mujer, que lleva once años vendiendo tabaco, dio un paso hacia atrás, cerró la puerta de golpe y apretó el timbre. «Pude hacerlo porque no tuvo en ningún momento una actitud agresiva, si me llega a coger... no hubiera podido». Al escuchar la señal, acudieron en su auxilio la farmacéutica y el dueño de una droguería cercana. El ladrón «se asustó y se marchó andando tranquilamente entre la gente». Hasta que Azucena empezó a gritar: «¡El de la mochila, el de la mochila! ¡Cuidado, que va armado!». El atracador echó a correr.
En ese momento intervino en la escena J.P. Le divisó desde el otro lado de la calle y salió tras él. «Iba quitándose la sudadera para disimular, la metió en la mochila y se quedó en manga corta». Le llevaba 40 metros de ventaja, pero J.P., cuyo trabajo le obliga a mantenerse en forma, logró darle alcance y le agarró del brazo. El joven, de 29 años, intentó zafarse, y el escolta le hizo «una llave» para reducirle. «Yo no he hecho nada, ¿quién eres?», se resistía. El guardaespaldas le empujó hasta el estanco que había intentado asaltar para que la dependienta «le identificara». Al verle, la mujer dijo que le había amenazado con una navaja, pero que no había conseguido robarle nada, «y me dio las gracias». El ladronzuelo pidió a la mujer perdón y «que le dejara marchar».
En ese momento pasaba por la calle una patrulla de la Policía Municipal y J.P. les requirió. La estanquera había llamado al 112, pero la llamada se cortaba una y otra vez. El delincuente, identificado como A.G.A., fue detenido por los policías locales, que le decomisaron una navaja de ocho centímetros de filo.
«Miedo a represalias»
«La llevaba guardada, pero en ese momento no lo piensas», dice al ser preguntado por el riesgo que podía haber corrido. «Estamos para proteger a una persona y para colaborar con las fuerzas de seguridad», responde a las críticas de exceso de celo. Al llegar a este punto, J.P. eleva el tono. «Dicen que somos todos unos matones, pero entre nosotros hay profesionales, gente con cursos en Israel, con carrera universitaria: un enfermero, un profesor de historia... que están trabajando de escoltas. A veces nos juzgan a todos por cosas que cometen algunos».
No es la primera vez que el joven se «juega el pellejo». En su currículum figura una «mención honorífica clase A» por su intervención en el incendio de un edificio de Granada en el que trabajaba como vigilante en agosto de 2006. «Desalojé a todos los vecinos, les fui llamando puerta por puerta en medio de explosiones de gas. Cuando llegaron los Bomberos, sólo quedaba dentro una anciana impedida», se enorgullece.
En esta ocasión ha recibido la felicitación de su empresa, Ombus, de su protegida y de algunos compañeros. Se da por satisfecho. «La gente pasa de todo, tiene miedo a represalias. Ven que unos chavales están pegando a otros a la puerta de una discoteca y nadie se mete», protesta.
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