miércoles, 30 de diciembre de 2009

El largo viaje a América


El atentado fallido en Detroit multiplica los controles para tomar un avión a EEUU y rescata el debate sobre los límites de la seguridad


Prefiero que me desnuden aquí a que me hagan pedazos en el aire». La frase pronunciada esta semana por una viajera en el aeropuerto JFK de Nueva York tras pasar un exhaustivo control de seguridad retrata bien a las claras el espíritu que se ha instalado entre los pasajeros que han decidido volar a Estados Unidos. El atentado frustrado contra el vuelo 235 de la Northwest Delta entre Amsterdam y Detroit ha obligado a la Administración Obama a revisar sus protocolos de seguridad y a incrementar las medidas de prevención para evitar cualquier tipo de agresión contra sus ciudadanos y su territorio.


Y, al menos durante los primeros días, los pasajeros parecen haberlas acogido con una mezcla de resignación y dispuesta colaboración. Ayer, José Antonio y Elisa viajaron desde Madrid a Miami en el vuelo Iberia 6123. Soportaron con estoicismo las colas y los registros exhaustivos con una idea en la cabeza: «Preferimos la seguridad a la rapidez». Lo mismo que la pasajera americana, pero sin tremendismo.
Un redactor de V vivió también ayer en primera persona los ligeros inconvenientes derivados del incremento en las medidas de seguridad. Como todos los viajeros que se trasladan a Estados Unidos, Francisco Apaolaza portaba un visado temporal, expedido vía Internet por la Embajada americana, que le autoriza una estancia inferior a 90 días, un pasaporte electrónico (con fecha de expiración superior a seis meses) y su billete para el vuelo 6545 de American Airlines a Puerto Rico-Miami.


Apaolaza, como muchos otros pasajeros en la T-4 de Barajas, tardó ayer 35 minutos en atravesar el primer control de seguridad. Aguardó pacientemente su turno entre las barreras en zigzag (junto a otras 500 personas), mostró su pasaporte y tarjeta de embarque, pasó su equipaje por los escáneres y transitó bajo el arco de seguridad. Se supone que, afinados al máximo, los pitidos fueron constantes, mucho más habituales que de costumbre. Hasta las hebillas de los zapatos hacían silbar al artilugio.

Los viajeros a Estados Unidos acceden a las aeronaves desde la T-4 por las puertas U, en un extremo de la terminal. A ese área se la conoce como 'zona estéril'. Hasta hace días, el trámite habitual era volver a presentar el pasaporte y la tarjeta de embarque. Tras el intento de atentado de Al-Qaida, un hombre o una mujer cachean, de forma sistemática y concienzuda, a todos y cada uno de los pasajeros. Meten los dedos enguantados en el interior de los zapatos, recorren los cuellos de las camisas y el talle de los pantalones. Tras superar esa barrera, los viajeros han de colocarse ante alguna de las 10 mesas donde, otros tantos vigilantes uniformados de Securitas y Prosegur, solicitan permiso para abrir el equipaje de mano de los pasajeros y palpar su contenido. Los neceseres son sometidos también a rigurosos exámenes, en especial los frascos y las cajas con medicinas.

Los vigilantes informan a los viajeros de que se ven en la obligación de realizar esa tarea ante la evidencia de un atentado frustrado contra ciudadanos estadounidenses. «Inspeccionamos cualquier cosa que pueda ser o contener un explosivo», explican.
También piden a los pasajeros que sean ellos mismos quienes muestren el interior de las carteras personales (que contienen documentación privada). Sus tareas son seguidas de cerca por miembros de la Guardia Civil y por policías de paisano. También participan en estas tareas de vigilancia agentes estadounidenses, extremo que no quiso ser confirmado por la Embajada de Estados Unidos en Madrid.


Ayer, un hombre con pasaporte árabe entró en la zona de embarque acompañado por un agente norteamericano de seguridad que le sometió a un exhaustivo interrogatorio. «Hemos puesto en marcha nuevas medidas, algunas se conocen, pero otras no debemos hacerlas públicas. Pedimos paciencia y comprensión a los viajeros. A pesar de los inconvenientes, la situación es lo suficientemente grave como para justificar el incremento en las medidas de seguridad. No queremos que vuelva a ocurrir lo que sucedió en el vuelo a Detroit», justificó un portavoz de la embajada de EEUU en Madrid.

Pese a las colas, los vuelos hacia Estados Unidos que partieron de Barajas lo hicieron en hora. Una vez a bordo, los pasajeros descubrieron algunas novedades: la desaparición de mantas y almohadas (retiradas una hora antes del aterrizaje), la supresión de los mensajes sobre la situación del reactor (para no alertar a un posible terrorista de cuándo el avión sobrevuela suelo estadounidense), así como la prohibición del uso de aparatos y dispositivos
electrónicos dentro de la aeronave durante todo el vuelo. Ningún pasajero puede tampoco, según las normas aprobadas por la Transportation Security Administration, ponerse en pie durante la última hora de viaje. Cada año, más de 300.000 españoles viajan a Estados Unidos.


«Esto ha pasado otras veces y, al final, las cosas vuelven a su causa tras la alarma inicial», resumía Susana, una empleada de la Embajada de España en Washington.

Cada atentado conlleva, no obstante, un incremento en los elementos de control a que son sometidos los viajeros. La adopción de estas medidas de seguridad ha vuelto a poner sobre la mesa hasta qué punto puede invadirse, en aras de la seguridad, la intimidad de los ciudadanos. Un dilema del siglo XXI.

Schiphol, el aeropuerto de Amsterdam en el que embarcó Omar Faruk Abdulmutallab cargado con la pentrita, posee 17 arcos de control (escáneres corporales) capaces de 'desnudar' a los pasajeros y de detectar componentes explosivos o armas camufladas en sólo tres segundos. Los viajeros los usan de forma voluntaria. Por ahora.

Genitales y senos en pantalla

En Estados Unidos, una veintena de aeropuertos posee esta tecnología, cuya implantación fue rechazada en octubre del 2008 por aplastante mayoría en el Parlamento europeo (361 votos en contra, 16 a favor y 181 abstenciones). Para los europarlamentarios, este registro virtual del cuerpo supone un atentado contra «el derecho a la privacidad, el derecho a la protección de datos y el derecho a la dignidad personal». «Es que esos escáneres En el embarque


En el vuelo

NUEVAS MEDIDAS

UN DESTINO

17

es el número de escáneres virtuales instalados en el aeropuerto holandés de Schiphol y que los pasajeros pasan de forma voluntaria. Omar Faruk Abdulmutallab, evidentemente, no lo hizo. La instalación obligatoria de estas máquinas fue rechazada por el Parlamento europeo. .Prefiero que me desnuden aquí a que me hagan pedazos en el aire». La frase pronunciada esta semana por una viajera en el aeropuerto JFK de Nueva York tras pasar un exhaustivo control de seguridad retrata bien a las claras el espíritu que se ha instalado entre los pasajeros que han decidido volar a Estados Unidos. El atentado frustrado contra el vuelo 235 de la Northwest Delta entre Amsterdam y Detroit ha obligado a la Administración Obama a revisar sus protocolos de seguridad y a incrementar las medidas de prevención para evitar cualquier tipo de agresión contra sus ciudadanos y su territorio.

Y, al menos durante los primeros días, los pasajeros parecen haberlas acogido con una mezcla de resignación y dispuesta colaboración. Ayer, José Antonio y Elisa viajaron desde Madrid a Miami en el vuelo Iberia 6123. Soportaron con estoicismo las colas y los registros exhaustivos con una idea en la cabeza: «Preferimos la seguridad a la rapidez». Lo mismo que la pasajera americana, pero sin tremendismo.

Un redactor de V vivió también ayer en primera persona los ligeros inconvenientes derivados del incremento en las medidas de seguridad. Como todos los viajeros que se trasladan a Estados Unidos, Francisco Apaolaza portaba un visado temporal, expedido vía Internet por la Embajada americana, que le autoriza una estancia inferior a 90 días, un pasaporte electrónico (con fecha de expiración superior a seis meses) y su billete para el vuelo 6545 de American Airlines a Puerto Rico-Miami.

Apaolaza, como muchos otros pasajeros en la T-4 de Barajas, tardó ayer 35 minutos en atravesar el primer control de seguridad. Aguardó pacientemente su turno entre las barreras en zigzag (junto a otras 500 personas), mostró su pasaporte y tarjeta de embarque, pasó su equipaje por los escáneres y transitó bajo el arco de seguridad. Se supone que, afinados al máximo, los pitidos fueron constantes, mucho más habituales que de costumbre. Hasta las hebillas de los zapatos hacían silbar al artilugio.

Los viajeros a Estados Unidos acceden a las aeronaves desde la T-4 por las puertas U, en un extremo de la terminal. A ese área se la conoce como 'zona estéril'. Hasta hace días, el trámite habitual era volver a presentar el pasaporte y la tarjeta de embarque. Tras el intento de atentado de Al-Qaida, un hombre o una mujer cachean, de forma sistemática y concienzuda, a todos y cada uno de los pasajeros. Meten los dedos enguantados en el interior de los zapatos, recorren los cuellos de las camisas y el talle de los pantalones. Tras superar esa barrera, los viajeros han de colocarse ante alguna de las 10 mesas donde, otros tantos vigilantes uniformados de Securitas y Prosegur, solicitan permiso para abrir el equipaje de mano de los pasajeros y palpar su contenido. Los neceseres son sometidos también a rigurosos exámenes, en especial los frascos y las cajas con medicinas.

Los vigilantes informan a los viajeros de que se ven en la obligación de realizar esa tarea ante la evidencia de un atentado frustrado contra ciudadanos estadounidenses. «Inspeccionamos cualquier cosa que pueda ser o contener un explosivo», explican.

También piden a los pasajeros que sean ellos mismos quienes muestren el interior de las carteras personales (que contienen documentación privada). Sus tareas son seguidas de cerca por miembros de la Guardia Civil y por policías de paisano. También participan en estas tareas de vigilancia agentes estadounidenses, extremo que no quiso ser confirmado por la Embajada de Estados Unidos en Madrid.

Ayer, un hombre con pasaporte árabe entró en la zona de embarque acompañado por un agente norteamericano de seguridad que le sometió a un exhaustivo interrogatorio. «Hemos puesto en marcha nuevas medidas, algunas se conocen, pero otras no debemos hacerlas públicas. Pedimos paciencia y comprensión a los viajeros. A pesar de los inconvenientes, la situación es lo suficientemente grave como para justificar el incremento en las medidas de seguridad. No queremos que vuelva a ocurrir lo que sucedió en el vuelo a Detroit», justificó un portavoz de la embajada de EEUU en Madrid.

Pese a las colas, los vuelos hacia Estados Unidos que partieron de Barajas lo hicieron en hora. Una vez a bordo, los pasajeros descubrieron algunas novedades: la desaparición de mantas y almohadas (retiradas una hora antes del aterrizaje), la supresión de los mensajes sobre la situación del reactor (para no alertar a un posible terrorista de cuándo el avión sobrevuela suelo estadounidense), así como la prohibición del uso de aparatos y dispositivos electrónicos dentro de la aeronave durante todo el vuelo. Ningún pasajero puede tampoco, según las normas aprobadas por la Transportation Security Administration, ponerse en pie durante la última hora de viaje. Cada año, más de 300.000 españoles viajan a Estados Unidos.

«Esto ha pasado otras veces y, al final, las cosas vuelven a su causa tras la alarma inicial», resumía Susana, una empleada de la Embajada de España en Washington.

Cada atentado conlleva, no obstante, un incremento en los elementos de control a que son sometidos los viajeros. La adopción de estas medidas de seguridad ha vuelto a poner sobre la mesa hasta qué punto puede invadirse, en aras de la seguridad, la intimidad de los ciudadanos. Un dilema del siglo XXI.

Schiphol, el aeropuerto de Amsterdam en el que embarcó Omar Faruk Abdulmutallab cargado con la pentrita, posee 17 arcos de control (escáneres corporales) capaces de 'desnudar' a los pasajeros y de detectar componentes explosivos o armas camufladas en sólo tres segundos. Los viajeros los usan de forma voluntaria. Por ahora.

Genitales y senos en pantalla

En Estados Unidos, una veintena de aeropuertos posee esta tecnología, cuya implantación fue rechazada en octubre del 2008 por aplastante mayoría en el Parlamento europeo (361 votos en contra, 16 a favor y 181 abstenciones). Para los europarlamentarios, este registro virtual del cuerpo supone un atentado contra «el derecho a la privacidad, el derecho a la protección de datos y el derecho a la dignidad personal». «Es que esos escáneres permiten ver los genitales y si una mujer tiene senos grandes o pequeños», protestó el socialdemócrata alemán Wolfgang Kreissl-Dörfler, para quien estos artilugios muestran «la paranoia de los ministros de Interior» de los 27 en materia de terrorismo.

De todas formas, las nuevas tecnologías ya están rindiendo servicio a la seguridad aeroportuaria. En Barajas, por ejemplo, se usan etiquetas de radiofrecuencia que permiten un seguimiento exhaustivo de los equipajes.

Desde el 2004, Estados Unidos utiliza el sistema US Visit, que registra las huellas digitales y la fotografía de todos los extranjeros que aterrizan en territorio americano. También existen amplísimas listas de sospechosos (400.000 individuos; 4.000 tienen vetada la entrada al país), algo que en el caso de Abdulmutallab sirvió de poco.

Hoy, las autoridades americanas conocen el nombre, apellido, edad, la fecha y el lugar de nacimiento de sus visitantes. Desde el 11 de septiembre del 2001, en EEUU, al obtener un billete aéreo, la Administración conoce el medio de pago, la dirección a la que se factura, el número de teléfono que ordena el cargo, la dirección electrónica... Todo apunta a que la nueva situación creada con la amenaza de los integristas islámicos lleve a Europa a adoptar medidas similares.


Directiva emanada de una normativa de instrucción de la Agencia de Seguridad y Transportes de EEUU

Doble control de tarjetas de embarque, pasaportes y visados de entrada. Cacheos.

Presencia de agentes estadounidenses y españoles.

Dispositivos electrónicos prohibidos. Nadie puede levantarse una hora antes de aterrizar. No se ofrece información sobre el vuelo. Se retiran mantas y alhomadones.

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