jueves, 30 de octubre de 2008

«Nunca esperas que vengan a cortarte el cuello a tu trabajo»


Un hombre le hizo siete heridas con un cúter en la cara y en un brazo. Sin motivo aparente. El celador Juan Ramírez relata cómo vivió la agresión

NO se dio cuenta de que lo habían apuñalado hasta que una niña que tenía enfrente empezó a llorar y a gritar. Entonces, se palpó la cara y comprobó que estaba sangrando en abundancia. «Los pinchazos no los sientes», dice Juan Ramírez (56 años), el celador del hospital Civil agredido anteanoche. Lo peor es la impotencia.La noche transcurría tranquila. Juan estaba en la puerta de las urgencias. A escasos metros se encontraba una compañera de administración. «Los dos vigilantes de seguridad estaban dentro reduciendo a un paciente agresivo». En la sala de espera, familiares y pacientes.Entonces se le acercó alguien. Un hombre de algo más de 30 años, rubio y de tez morena, con chándal y deportivas, aunque «no tenía mal aspecto». Se aproximó sin que Juan sospechara nada, le rodeó el cuello con el brazo izquierdo y, con el derecho, empezó a darle «porrazos» con un cúter en la mano.La agresión«Ni dijo ni pidió nada», recuerda el celador. «Me golpeaba una y otra vez con una velocidad... No paró ni cuando se le rompió la hoja del cúter». Juan se lo quitó de encima como pudo. Se revolvió y le dio un empujón. «Le dije 'tú qué haces, quién eres'», explica la víctima. «Él se echó dos o tres pasos hacia atrás y se apoyó en la pared».Sólo obtuvo una respuesta que nada tenía que ver con las preguntas. «Para que luego me digas que no oyes voces». Juan Ramírez, que ha prestado servicio en la unidad de Psiquiatría, donde sufrió una agresión, apunta: «Llevó escuchando frases como esa toda la vida. Es otro mundo».Al oír los gritos, los dos vigilantes de seguridad salieron en su ayuda. Lograron desarmarlo tras un forcejeo en el que ambos resultaron heridos y lo entretuvieron hasta que llegó la policía. Tres personas que estaban en la sala de espera llamaron rápidamente a los Cuerpos de Seguridad, que sólo tardaron dos minutos en llegar y detenerlo. «Los agentes no querían, pero yo les pedí que me dejaran mirarlo a la cara para ver si era conocido. No lo había visto en mi vida, pero ahí me di cuenta de su mirada. Tenía los ojos desencajados», afirma.El celador asevera que ese comportamiento no es el de una venganza, porque no protestó ni pidió nada. «Es alguien que está fuera de sus casillas. Él le dijo a la policía que escuchaba voces que le mandaban matar a alguien, y ese alguien era yo. ¿Y si en vez de pillarme a mí coge a la niña que había allí y le corta el cuello? No quiero ni pensarlo».HeridasUn compañero del hospital le cosió los siete cortes que presentaba, seis en el rostro y el cuello y uno en el brazo izquierdo. «El cirujano se preocupó, porque el corte de la mandíbula era muy profundo y la herida calaba por dentro. Al soplar, el aire salía por fuera», relata Juan, que vivió momentos de angustia, ya que uno de los cortes estaba muy cerca de la yugular.No tuvo miedo, pero ahora (por ayer) empieza a asustarse al pensar lo que podía haber pasado. «Psicológicamente estoy mal, y duele más que las heridas», manifiesta el celador. «Un guardia civil -prosigue- sabe que se juega la vida, pero yo estoy para ayudar. Nunca esperas que vengan a cortarte el cuello en tu trabajo».La pregunta que más se repite ahora es «por qué a mí». «Me siento frustrado, porque no entiendo que pasen estas cosas. En otros lugares, como Hacienda, hay detectores de metales, pero aquí la gente entra como si tal cosa». La sensación de impotencia vuelve al final de la conversación. «Nosotros no podemos estar curando al pueblo, que en definitiva es lo que hacemos, y que encima nos pasen estas cosas».

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