jueves, 20 de marzo de 2008

Escoltas y violencia de genero

Cuatro comunidades siguen el ejemplo del País Vasco para combatir esta lacra social

El País Vasco fue pionero en permitir a los escoltas defender a las mujeres víctimas de la violencia de género. Durante los tres años previos al atentado perpetrado por ETA en Barajas, donde murieron dos personas, la ausencia de asesinatos relajó a la clase política y empresarial vasca al tiempo que dejaba sin trabajo a decenas de profesionales de la seguridad privada.
En ese momento, el Gobierno vasco introdujo una medida pionera y permitió que los escoltas se dedicaran a defender a las mujeres agredidas por sus parejas. La iniciativa se trasladó pronto a Navarra, donde los guardaespaldas vivían una situación similar.
El éxito de la medida traspasó las fronteras de las dos comunidades autónomas más amenazadas por el terrorismo y saltó a La Rioja. Las siguientes fueron la Comunidad Valenciana y Canarias, donde se acaba de instaurar.
Permitir que los escoltas se dediquen a esta labor conlleva en la práctica una colaboración de las comunidades autónomas, que son las competentes para hacer frente al gasto que supone la contratación de este servicio.
En la actualidad, alrededor de 200 profesionales trabajan en España en labores de protección de víctimas. La iniciativa ya está avalada por el Ministerio del Interior, que incluso subvenciona algunos de los cursos que deben completar los guardaespaldas para dedicarse a esta labor específica. Protección
Socorro Santana, experto en la formación de profesionales para estos menesteres y miembro de la Asociación Española de Escoltas (ASES), explica que lo mejor para proteger a una mujer amenazada siempre es estar el máximo tiempo posible cerca de ella. Sin embargo, esto no siempre es posible.
Cuando existe una orden judicial que permite acompañar a la víctima en todo momento, explica Santana, sí se puede prestar un servicio integral, “incluso dentro de la casa”. En otras ocasiones, la labor del escolta se limita a acompañar a la mujer sólo cuando ésta sale de su casa, porque así lo ha señalado el juez. “Eso ocurre en las ocasiones en que puede existir más peligro”, matiza Santana. “Cuando va al médico o acude a entregar a un hijo a su padre, por ejemplo”.
Cuando la justicia ha decidido no involucrarse, la protección es menor, aunque sí puede hacerse algo. Un servicio de control es lo más adecuado para estos casos, señala el portavoz de los escoltas. En estas situaciones, el servicio es financiado por la comunidad autónoma o alguna organización sin ánimo de lucro a la que está adscrita la víctima. Es posible también que sea la propia mujer la que, a título personal, contrate el trabajo del escolta, pero es poco frecuente debido a que se trata de un colectivo con pocos medios a su disposición.
El servicio de control se limita a proporcionar un teléfono o una pulsera electrónica a la mujer con objeto de que ésta pueda dar la voz de alarma con rapidez. Un escolta de guardia se sitúa cerca del domicilio de la víctima y acude pronto en su ayuda, al tiempo que avisa a las fuerzas de seguridad.
Pistola en mano
Los guardaespaldas que desempeñan esta función llevan armas si así lo requieren las circunstancias. En el País Vasco y Navarra, por ejemplo, es habitual debido al potencial peligro que supone el terrorismo. En el resto de comunidades autónomas, normalmente cuentan con arma sólo cuando el potencial agresor dibuja un perfil peligroso. “Si es violento o tiene experiencia en el manejo de armas”, señala Santana, que recuerda a algunos miembros de las fuerzas de seguridad que han estado involucrados en ataques a sus parejas.
La formación de estos profesionales es muy específica y conlleva un gran componente de psicología. Los agresores suelen ser tipos que hacen uso de esta arma mental también para llegar a sus parejas. En no pocas ocasiones tratan de hecho de provocar al guardaespaldas, de hacer del problema un conflicto personal. Esto deben evitarlo a toda costa los escoltas, que deben huir de toda pelea incluso cuando los tipos les agredan.
Los profesionales del sector presumen de que bajo sus faldas ninguna mujer ha sido agredida. Sí lo han sido ellos mismos en algún momento, pero nunca las víctimas. Algo de lo que se jacta Santana, quien resalta que el efecto disuasorio que supone la presencia de un escolta es en la mayoría de ocasiones suficiente para evitar que los potenciales agresores se acerquen a sus víctimas.
FuenteCuatro comunidades siguen el ejemplo del País Vasco para combatir esta lacra social

El País Vasco fue pionero en permitir a los escoltas defender a las mujeres víctimas de la violencia de género. Durante los tres años previos al atentado perpetrado por ETA en Barajas, donde murieron dos personas, la ausencia de asesinatos relajó a la clase política y empresarial vasca al tiempo que dejaba sin trabajo a decenas de profesionales de la seguridad privada.
En ese momento, el Gobierno vasco introdujo una medida pionera y permitió que los escoltas se dedicaran a defender a las mujeres agredidas por sus parejas. La iniciativa se trasladó pronto a Navarra, donde los guardaespaldas vivían una situación similar.
El éxito de la medida traspasó las fronteras de las dos comunidades autónomas más amenazadas por el terrorismo y saltó a La Rioja. Las siguientes fueron la Comunidad Valenciana y Canarias, donde se acaba de instaurar.
Permitir que los escoltas se dediquen a esta labor conlleva en la práctica una colaboración de las comunidades autónomas, que son las competentes para hacer frente al gasto que supone la contratación de este servicio.
En la actualidad, alrededor de 200 profesionales trabajan en España en labores de protección de víctimas. La iniciativa ya está avalada por el Ministerio del Interior, que incluso subvenciona algunos de los cursos que deben completar los guardaespaldas para dedicarse a esta labor específica. Protección
Socorro Santana, experto en la formación de profesionales para estos menesteres y miembro de la Asociación Española de Escoltas (ASES), explica que lo mejor para proteger a una mujer amenazada siempre es estar el máximo tiempo posible cerca de ella. Sin embargo, esto no siempre es posible.
Cuando existe una orden judicial que permite acompañar a la víctima en todo momento, explica Santana, sí se puede prestar un servicio integral, “incluso dentro de la casa”. En otras ocasiones, la labor del escolta se limita a acompañar a la mujer sólo cuando ésta sale de su casa, porque así lo ha señalado el juez. “Eso ocurre en las ocasiones en que puede existir más peligro”, matiza Santana. “Cuando va al médico o acude a entregar a un hijo a su padre, por ejemplo”.
Cuando la justicia ha decidido no involucrarse, la protección es menor, aunque sí puede hacerse algo. Un servicio de control es lo más adecuado para estos casos, señala el portavoz de los escoltas. En estas situaciones, el servicio es financiado por la comunidad autónoma o alguna organización sin ánimo de lucro a la que está adscrita la víctima. Es posible también que sea la propia mujer la que, a título personal, contrate el trabajo del escolta, pero es poco frecuente debido a que se trata de un colectivo con pocos medios a su disposición.
El servicio de control se limita a proporcionar un teléfono o una pulsera electrónica a la mujer con objeto de que ésta pueda dar la voz de alarma con rapidez. Un escolta de guardia se sitúa cerca del domicilio de la víctima y acude pronto en su ayuda, al tiempo que avisa a las fuerzas de seguridad.
Pistola en mano
Los guardaespaldas que desempeñan esta función llevan armas si así lo requieren las circunstancias. En el País Vasco y Navarra, por ejemplo, es habitual debido al potencial peligro que supone el terrorismo. En el resto de comunidades autónomas, normalmente cuentan con arma sólo cuando el potencial agresor dibuja un perfil peligroso. “Si es violento o tiene experiencia en el manejo de armas”, señala Santana, que recuerda a algunos miembros de las fuerzas de seguridad que han estado involucrados en ataques a sus parejas.
La formación de estos profesionales es muy específica y conlleva un gran componente de psicología. Los agresores suelen ser tipos que hacen uso de esta arma mental también para llegar a sus parejas. En no pocas ocasiones tratan de hecho de provocar al guardaespaldas, de hacer del problema un conflicto personal. Esto deben evitarlo a toda costa los escoltas, que deben huir de toda pelea incluso cuando los tipos les agredan.
Los profesionales del sector presumen de que bajo sus faldas ninguna mujer ha sido agredida. Sí lo han sido ellos mismos en algún momento, pero nunca las víctimas. Algo de lo que se jacta Santana, quien resalta que el efecto disuasorio que supone la presencia de un escolta es en la mayoría de ocasiones suficiente para evitar que los potenciales agresores se acerquen a sus víctimas.
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