sábado, 1 de agosto de 2009

Mallorca llora su primer golpe mortal


Palmanova trató de retomar ayer una cierta normalidad después del atentado del jueves, el primero con víctimas mortales en la historia de Mallorca. En el ecuador de una temporada alta marcada de antemano por la crisis, el aspecto que ofrecía la zona turística estaba lejos del lleno habitual por estas fechas.

Las playas estuvieron semivacías y las piscinas de los hoteles, llenas a reventar. La mayoría de los turistas optaron por no moverse de sus hoteles. Un hamaquero lo tradujo en cifras: "Esta mañana habremos alquilado una cuarta parte menos de las hamacas que normalmente". En la víspera anterior, los bares y discotecas también notaron un bajón en la afluencia de clientes.

El Gobierno balear y el sector turístico se han conjurado para paliar, con las acciones que sean necesarias, el daño que el atentado pueda hacer a la imagen internacional de las islas. "ETA ha matado la temporada de verano", se lamentaba el propietario de una tienda de souvenirs. La cajera de un supermercado le daba la razón: "Está claro que, por este año, el negocio se ha acabado". Más optimista, el presidente de la Federación Hotelera de Mallorca, Antoni Horrach, se felicitó de que "en los hoteles y las playas se respira calma y tranquilidad".

Miles de personas se concentraron a las siete de la tarde de ayer en el aparcamiento de Palmanova, a pocos metros del lugar del atentado, bajo el lema Tots junts contra el terrorisme. Tras los parlamentos de las autoridades, tomó la palabra uno de los seis hermanos de Diego Salvá, uno de los agentes fallecidos: "Amo a mi hermano y nunca me podré olvidar de él. Gracias por venir. Sólo quería decir que todos juntos somos muchísimo más fuertes". Entre lágrimas, la novia de Salvá también se dirigió a los asistentes para reclamar justicia.

Diego Salvá Lezaún, de 27 años y nacido en Pamplona, residía en Mallorca desde los tres años y pertenecía a una familia muy conocida en la isla. Su padre, Antoni Salvá Verd, ha ejercido como urólogo desde hace décadas en diversos centros hospitalarios. El padre cursó estudios de medicina en la Universidad de Navarra, donde conoció a la que sería su esposa, Montserrat Lezaún Portillo, con quien tuvo siete hijos.

Diego, que fue enterrado a las tres de la tarde, era el segundo de la saga y se decantó enseguida por la vocación militar, heredada de su abuelo materno, que fue agente de la Guardia Civil, y de su tío, policía nacional. Tras trabajar como vigilante de seguridad en un centro comercial de Palma, ingresó hace un año en el instituto armado, donde ejercía como agente en prácticas desde el pasado mes de enero. Sus familiares lo definen como "un chico simpático, un poco golfete, amante de las motos y seguidor acérrimo de Osasuna".

Su afición por el motor estuvo a punto de costarle la vida hace sólo cuatro meses, cuando sufrió un grave accidente al colisionar contra otra motocicleta que invadió su carril en una autovía mallorquina. Durante varias semanas permaneció en coma en el Hospital Sant Joan de Déu de Palma y, contra todo pronóstico, se recuperó. Se había reincorporado al servicio el lunes pasado.

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