LA VOZ acompaña al conductor del primer autobús tras la movida del sábado en un viaje sin seguridad privada
Las primeras rutas de Comes de los domingos, las más peligrosas
Los ojos a media asta, el maquillaje corrido, las camisas ya remangadas, los tacones en la mano. No llega a dos docenas la cantidad de jóvenes ya desaliñados que, sentados donde pueden, esperan casi sonámbulos el autobús interurbano en la plaza de la Tortugas tras una noche de fiesta. Son las 6.30 de la mañana y desde las lunas del M-10 de la empresa de Transportes Comes que les llevará a San Fernando, con la oscuridad de las últimas horas de la madrugada del domingo, estos jóvenes con apariencia de sonámbulos parecen extras de una conocida serie de zombies. Toda una historia de 'terror' con demasiadas dosis de realidad que LA VOZ siguió en la madrugada de ayer. Las puertas del autobús se abren. La suerte está echada. Antonio Cano Obregón, conductor de la primera ruta interurbana musita después de cobrar el último billete de la plaza de las Tortugas: «Parece que hoy la cosa está tranquila». Pero no se confía: «Todavía quedan más paradas, a ver como se presenta la ruta».
La sombra de un incidente como el del primer domingo de septiembre (en el que un conductor sufrió una crisis de ansiedad al contemplar como destrozaban las lunas del autobús en una reyerta) es alargada. El vehículo comienza a recorrer sus primeros metros y la energía brota desde el fondo. Los mismos que parecían dormitar en la parada ahora gritan y jalean, algunos con evidentes síntomas de embriaguez. «Nada», en comparación con lo ocurrido otras mañanas, como puntualiza Cano.
El ambiente no parece del todo malo, las alusiones al conductor no escapan de un «chófer, pon el aire», además de los gritos constantes. Sin embargo, las situaciones de violencia que se viven en estas rutas desde que Transportes Generales Comes decidió suprimir la seguridad privada que custodiaba la primera parada, no escapan a nadie. «Mira éste con esa cámara, pues aquí más vale que tenga cuidado porque la puede perder», bromea unos jóvenes al ver la cámara del fotógrafo de este periódico.
Algo «normal»
No es el único que reconoce unos problemas que «suelen extenderse en las primeras rutas de la mañana», como explica Cano. «Yo prefiero sentarme en el primer asiento, por costumbre, pero también por si acaso», explica cauta María del Carmen Rico junto a su amiga Rosa García que, desde los asientos de atrás del conductor, confirman la inseguridad que viven los trabajadores de estas rutas: «Doy fe que he visto varias cosas aquí un poco violentas. Muchos borrachos que se suben al autobús y se niegan a pagar el billete, por ejemplo». Mientras Rosa habla, un viajero dos asientos atrás comienza a cantar a gritos. «Ves, ahí tienes un claro ejemplo de los que la lían», apunta Rico.
Pero eso para Cano «es normal». A fin de cuentas está acostumbrado a circunstancias mucho más desagradables: «A veces insultan, se ponen a romper cosas, los martillos de seguridad desaparecen o tiran cosas hacia adelante». Sin embargo, el episodio más duro que recuerda no tiene a un conductor como protagonista. Fue en una línea con destino a Puerto Real, otra de las conflictivas: «No se me olvidará nunca como le daban una paliza a una chica en el autobús y ella volvía a que le dieran más».
El vehículo sigue su curso y pasa otras paradas calientes (Ingeniero de la Cierva y Telegrafía Sin Hilos), pero Antonio sigue alerta con una resignación preocupante. Mientras habla, un olor a quemado invade el autobús y tercia al interlocutor con calma «tranquilo, llevo un extintor». Y es que su labor es estar pendiente de la carretera, por eso intenta concentrarse abstrayéndose del ambiente hostil que le rodea.
A fin de cuentas este viaje acaba tranquilo cuando en la tercera parada de San Fernando el autobús de la movida toca a su fin. Algún trabajador y familiares de enfermos en el Hospital Puerta del Mar mudan el paisaje a la vuelta. A Antonio le quedan aún una decena de viajes y dos más de riesgo (el de las 7.00 y las 7.30 horas). Y la sombra de lo ocurrido el 4 de septiembre no se va. «Lo mismo la próxima vez puede ser peor», y añade antes de despedirse, «lo más triste es que nadie quiere atajar esto. Eso si que es un problema de verdad».
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