Porteros de discotecas vitorianas critican que, en el último año, proliferan las sentencias judiciales en su contra con el riesgo que implica para su empleo
Trabajan hasta altas horas de la madrugada mientras los demás se divierten, sofocan peleas -a veces con mayor o menor fortuna-, soportan alguna conversación incongruente y tratan de que aquellos a los que la juerga ha afectado demasiado no chafen el disfrute de la mayoría. Son los porteros de discoteca, responsables de que la fiesta nocturna vitoriana de los jueves, viernes y sábados llegue a buen fin.
No pueden decir lo mismo de sus jornadas laborales, ya que en el último año cada vez son más las ocasiones en las que una intervención puntual en el interior del local termina semanas después con una visita a los juzgados. Y no como testigos. La situación ha alcanzado tal punto que los porteros de las salas de baile de la ciudad, además de «hartos», están preocupados por el futuro de sus empleos, tanto los nocturnos como los diurnos.
«Cualquier chaval nos puede denunciar, vamos al juicio de faltas y, tras identificarnos al azar, inmediatamente nos condenan sin pruebas suficientes», critica uno de ellos, con una experiencia de doce años en la profesión. En todo ese tiempo «sólo he tenido un juicio, y de testigo», confirma. Ahora, visita los juzgados una vez al mes «como mínimo, y no es normal», critica. Lo peor es que, además de figurar como imputados, a menudo son condenados a abonar la indemnización requerida.
Vigilantes acreditados
«Con tres faltas se convierte en delito y ya tienes antecedentes penales, con lo que eso conlleva para tu trabajo», denuncian con impotencia. «En marzo tuve un juicio, el denunciante declaró que le había pegado un portero que medía en torno al 1,75 y era de complexión similar a la suya. Yo mido 1,92, y peso 130 kilos, pero el juez le preguntó si fui yo, el chaval dijo que sí y fui condenado», relata otro portero. «Es absurdo, estamos indefensos ante esto y nos hemos convertido en un blanco fácil, se ha corrido la voz entre los jóvenes de que así conseguirán dinero», argumentan. Tanto es así que, a uno de ellos, le han llegado a amenazar, tras expulsar a un cliente que estaba pegándose con otro, asegurándole que «te vas a acordar de mí». Por eso quieren dejar claro que «no somos delincuentes ni matones, somos gente formada en temas de seguridad, con contratos y las acreditaciones necesarias como vigilantes».
Pero ¿cuál es el perfil de estos jóvenes? En su mayoría, siempre según la versión de estos profesionales, se trata de «chavales de 19 ó 20 años que se han pasado con el alcohol u otras cosas». Una vez dentro del local, «se creen que por pagar entrada tienen todos los derechos: rompen algo o inician una pelea». Es cuando intervienen los porteros para evitar mayores incidentes. «Se les reduce evitando cualquier golpe y se les saca fuera, no nos pagan por pegar a nadie», dejan claro. Otras veces el problema comienza antes de entrar. «Conoces las caras y, si otras veces ha habido incidentes relacionados con ellos, les niegas el acceso», dejando bien claro que, en ningún caso, se debe a motivos racistas.
«Basta entrar en nuestros locales para ver que hay gente de todo tipo, ese no es motivo, pero cuando paras a alguien que no es vitoriano, enseguida nos acusan de ser racistas», constatan. Por eso, varios porteros se están «replanteando» su futuro inmediato.
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