Parecía el mundo al revés. Un detenido por un hurto, testigo protegido y los responsables de su captura, sentados en el banquillo de los acusados. Esta situación se vivió ayer en la Sección Tercera de la Audiencia de Valencia. Dos guardias civiles y un vigilante de seguridad se defendieron de una gravísima acusación: torturar y humillar al sospechoso del robo.
Ocurrió el 26 de enero de 2008. Un joven cubano fue sorprendido tras un hurto en un centro comercial de Alboraya. Una vez interceptado, fue introducido en el vehículo de los agentes, destinados en Tavernes Blanques. El vigilante les acompañó para declarar.
Esta es la versión de la acusadora pública: «Fueron al barranco del Carraixet. Uno de los guardias pidió la porra al otro y comenzó a golpear al detenido mientras le preguntaba por la persona que le acompañaba en el hurto». Presuntamente le amenazaron con darle «una paliza que le haría mear sangre».
Algunas de las amenazas quedaron registradas en un micrófono oculto en el coche, ya que uno de los guardias estaba siendo investigado en una operación antidroga. La acusación estima que, ya en el cuartel, «continuaron golpeando y humillando al testigo, al que le obligaron a bailar salsa». Uno de los guardias admitió que hubo un forcejeo con el sospechoso «porque estaba nervioso y violento», pero negó haberle torturado e insultado. El segundo agente se negó a declarar. El vigilante mantuvo que los agentes actuaron correctamente.
El joven cubano aseguró que sí fue insultado y golepado. «Uno de ellos me puso la pistola en la cabeza y me dijo que me iba a matar», atestiguó detrás de una mampara para no ser visto por los acusados.
La fiscal pide que los guardias pasen tres años en prisión por un delito de torturas y el vigilante, nueve meses en concepto de cómplice.
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