domingo, 10 de mayo de 2009

El robo de subsistencia empieza a asomar en el campo de la zona



Los agricultores aseguran que "se va a por cosas a por las que hace mucho que no se iba"
En el campo siempre se ha robado. En época de romerías y ferias desaparecen monturas y jamelgos, en diciembre desaparecen cochinos para las cenas de Navidad, durante todo el año se roban gallos ingleses para utilizarlos de sparring para las tientas... "pero como ahora, no". Juan Sánchez es un veterano ganadero, de los viejos cooperativistas de La Merced, de los que ha visto hundirse el sector lácteo. "Roban gasoil, roban maquinaria, bombas, cables de cobre". Su juicio es razonable: "Hay mucha gente ociosa. La crisis".

El secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores, José Manrique, afirma que "los agricultores y ganaderos siempre hemos sufrido robos de gasóleo, baterías para los tractores o aspersores por culpa de esta falta de seguridad en las explotaciones, pero ya no se trata de robos menores sino, como en Rota, de una cantidad de ganado considerable, por lo que no se puede permitir por más tiempo que esta situación de indefensión del medio rural continúe".

Cristóbal Cantos, secretario general de Asaja-Cádiz, también ha detectado la queja de algunos de sus asociados por un mayor volumen de robos, incluso de robos que nunca antes se habían producido. "Por ejemplo, roban naranjas", dice con cierta sorpresa, una sorpresa lógica, porque hasta hace muy poco una naranja no merecía la pena robarla. Tampoco era normal, como afirman veterinarios de la sierra, los robos que se están produciendo de corderos pequeños y cochinillos. "Son para el autoconsumo porque aparecen en el campo desollados y degollados. Se trata de prácticas antiguas que regresan. Si no hay nada que comer, se coge. Es lo que está pasando".

Este curioso termómetro de la crisis que el medio urbano sigue negando con esa cantinela de que 'los bares están llenos, ¿dónde está la crisis?' apunta a que la fiebre está en el campo, donde han regresado miles de antiguos trabajadores de la construcción que ya no construyen nada.

Asaja cuenta con lo que se llama guardería rural, Agasa, un cuerpo de cerca de cuarenta vigilantes debidamente preparados que patrullan más de mil kilómetros al día entre los más de 250 asociados que solicitan su servicio. Igual que se multiplican los carteles de conexiones a centrales de alarma en el campo, es previsible un aumento de demandantes de los guardas. Fernando Alonso es un agricultor encargado de la gestión de Agasa y afirma que "nosotros no notamos el aumento de denuncias, sino que descienden. La gente no va a robar a una urbanización con guardias de seguridad. Aquí, igual".

Juan Carlos, fornido jefe de servicio y veterano de Agasa, distingue entre los buscavidas y otros grupos más preparados. "Suelen ser rumanos o del Este y roban en las naves porque saben incluso cómo anular las alarmas. Esos son los que pueden hacer más daño. Luego hay algunos pequeños robos de gente de los pueblos en fincas cercanas. Y, por último, están los furtivos, gente que lo hace por costumbre, que siempre ha existido, y nuevos furtivos, que no sé si es por subsistencia o porque no tienen otra cosa que hacer".

El campo es grande. Cuando la ciudad no da nada, el campo siempre tiene algo que ofrecer en las noches sin luna.

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